Me fui aventado tras la última campaña electoral, repleto de escepticismo e indiferencia, cansado. Pero el inicio de julio me pilló en San Sebastián, en un curso de verano de la Universidad el País Vasco titulado La política twiteada, lo cual indica que me quejo de vicio o más bien que la comunicación y sus teorías son un vicio para mí. Entre tanto, se ha ido viendo que no cabe descartar otra cita con las urnas, porque Rajoy sigue sin lograr los apoyos que necesita para ser investido y formar gobierno. No sería, a la postre, sino la evidencia de que la ciudadanía tiene entre manos un dilema difícil de resolver: o se queda en el redil de la ortodoxia político-financiera y acepta la lenta pero inexorable destrucción del Estado del Bienestar (y del Estado en general)... o se arriesga a desafiar a los amos de Europa, ese grupo de altísimos financieros y burócratas que manejan sin piedad el devaluado destino de los mindundis. O sea, o manda Mariano, en cuyo caso el Eurogrupo y el Banco Central Europeo no cerrarán el gotero de la financiación... o se suben a la peana las izquierdas, y entonces esas mismas instituciones nos cortarán ipso facto la respiración asistida. Elijan.

Total, que el PP se mantiene en sus trece, el PSOE es una incógnita, Ciudadanos se ha hecho un lío con la bisagra de tanto girarla para un lado y para el otro... y Podemos se lame las heridas mientras recupera el aliento y la calma porque los otros le han hecho el favor de dejarle fuera de juego.

Por lo demás, parece que Lambán se ha integrado en el Partido Socialista del Sur y que la Cámara de Cuentas certificó el demencial saldo económico de Motorland, donde el erario aragonés se desangra sin remedio ni provecho. Murió por propia voluntad el filósofo y activistas Antonio Aramayona (¡hasta siempre. amigo!). Y ayer mismo, al volver a la Redacción, me enteré de otro fallecimiento, el de André Guelfi, el mítico Dedé La Sardine, cuya sombra se proyectó sobre aquel delirio llamado Gran Scala. Tenía 93 años y ya no se había movido de su último refugio en Saint Barth, en el Caribe. No creo que Biel y Aliaga acudiesen a su funeral. Desagradecidos.