Como no ganamos para sustos en lo que a Cataluña se refiere, permítanme una sencilla aclaración sobre eso que algunos han dado en llamar equidistancia, término que ha acabado por adquirir connotaciones peyorativas y que supuestamente definía a quienes nos negamos a ingresar en las filas de uno de los dos bloques patrióticos que se han venido enfrentando.

Bueno... Equidistancia es una condición geométrica: estar entre dos puntos o lugares justo en el medio. Pero el nacionalismo centrípeto y el centrífugo son fenómenos que desbordan la geometría e implican dogmas, voluntades y sentimientos no ya tridimensionales sino poliédricos. Constituyen más bien poderosos polos magnéticos cuya capacidad de atracción se extiende por un amplio y sensible campo. Ahora bien, aquello que está fuera de dicho campo o bien los materiales que no experimentan la citada atracción... pues se quedan donde están. Quietecitos. A lo suyo.

Supongo que los críticos con el nacionalcentralismo y el nacionalsecesionismo no son tanto equidistantes, como ajenos a un alineamiento que, en su opinión, no les atañe: madera ante un imán. Pueden ser considerados indiferentes, neutrales, internacionalistas, cosmopolitas, ideológicamente laicos, inmunes a la emoción patriótica o ciudadanos del mundo. Y creo que son (somos) muchos. Les motiva el europeismo progresista, el control político de la globalización, la existencia de formas de colaboración a escala mundial para frenar el cambio climático e impedir la degradación medioambiental del planeta, el federalismo a todos los niveles, la democracia de calidad, el hermanamiento de los pueblos, la lucha común contra las grandes amenazas... Por lo cual los discursos microidentitarios, el manejo presentista de la Historia, la insolidaridad de los pueblos ricos con los más pobres y la manipulación de la democracia o el autoritarismo descarado y soterrado no les motiva lo más mínimo. Están en otra onda. Tienen otros intereses. El campo de fuerza patriótico no les atrae.