La cara de amargura de Rodríguez Zapatero en su última sesión parlamentaria era un poema. Más que la marcha al expresidente le duele cómo se marcha, casi por la puerta de atrás y cuestionado hasta por los que en ese momento aún conformaban su propio gobierno. No son maneras. El oportunismo de Chacón o Caamaño colocándose en la parrilla de salida del antizapaterismo con las sillas del consejo de ministros aún calientes, roza el esperpento. Dicen que se han equivocado en todo, que en la última legislatura los socialistas han ido dejando parte de su credibilidad en el camino. No les falta razón, pero reconocerlo justo el mismo día en que dejan de ser ministros les conduce a perder definitivamente la credibilidad que intentan recuperar. Asumir los errores no es un acto de valentía sino de honestidad. Pero hay que asumirlos a tiempo, y no como dejó caer Rajoy cuando tuvo unas palabras amables para Zapatero: "Ha tenido aciertos y errores- como todos", dijo. No sé por qué quise ver en ese "como todos" que el nuevo presidente asumía su propio error al oponerse tan radicalmente a las medidas que tomó Zapatero en mayo de 2010, obligado por la penosa situación económica de España y el implacable rasero que nos imponían los mercados. Si en las vísperas de su llegada a la Moncloa reconoció por primera vez (públicamente, al menos) que España es un país solvente, en su investidura, con el anuncio de severos nuevos ajustes, aceptó que Zapatero no tuvo otra salida para evitar la intervención. Hasta da por buena la jubilación a los 67 años.