Llevo 24 horas oyendo hablar de la encuesta del CIS. Claro, que como los sondeos han fallado de forma estrepitosa una y otra vez (las tendencias vienen cambiando dramáticamente en los últimos cinco años), es lógico cachondearse de ellos y por supuesto interpretarlos según el gusto de cada cual. Por otro lado, la sensación de campaña permanente en que vive la política española obliga a predecir por cualquier procedimiento los posibles resultados de cada día. Un sinvivir.

Encuestas al margen, las tendencias actuales son fáciles de deducir. Basta con observar las noticias y hacerse una idea medio razonable de lo que podrá pensar al respecto la baqueteada ciudadanía. La conclusión es simple: el votante común tiene buenos motivos para sentirse profundamente insatisfecho con todos los partidos. O casi todos.

El PP, por ejemplo. ¿Cómo es que no se palpa en el ambiente su impetuoso avance hacia nuevas mayorías absolutas? ¿Y la recuperación?, ¿y el tan rajoyano sentido común? Bueno, la respuesta cae por su propio peso. La economía mejora de manera muy desigual y la derecha más oficial no para de sumar escándalos y sospechas. Ahí le deja margen a Ciudadanos, que sin grandes alardes, con buenas palabras y con gestos muy medidos puede sumar y seguir.

Las izquierdas se bandean en una especie de interminable recta final donde nadie acaba de coger ventaja. El dilema sorpasso o no sorpasso ha adquirido dimensiones absurdas, casi patéticas. El PSOE avanza cojitranco en medio de su marasmo interno y Podemos va pegándose tiros en ambos pies. Nadie podría a postar contra los socialistas, pese a que ellos mismos parecen a punto de partirse por la mitad y echar cada cual por su lado. Porque, a su vez, los de Iglesias se han encerrado de tal manera en el infantilismo, los lugares comunes y la inconsecuencia que cualquier cosa les puede pasar. Antes eran los demás quienes les hacían el juego; ahora ellos juegan para los demás.

En fin, a mí lo del CIS me cuadró bastante. Palmo arriba... o abajo.