Cuanta más presión ejercía la Casa Blanca sobre Ben Bradlee, más cancha daba a sus periodistas el recientemente fallecido exdirector del Washington Post. "Coge la aspiradora", solía decir a sus periodistas de investigación, animándoles a limpiar hasta el último rincón de la vida pública en el convencimiento de que el periodismo es un bien público imprescindible para la democracia. Hace tiempo que las aspiradoras quedaron obsoletas en las redacciones, y no solo porque dejaran de funcionar o lo hicieran a desgana, sino porque la porquería que aventaban dejaba imperturbable al personal y, lo que es peor, a la Fiscalía. Hoy nos escandaliza que Rodrigo Rato, el artífice de la política económica de Aznar, el que privatizó las grandes empresas españolas, tenga que rendir cuentas ante un juez por pegarse la gran vida padre a costa de un banco que nos ha costado 20.000 millones. Nos escandaliza que pagara de nuestros bolsillos rondas de gintonics de tres mil euros, pero nos escandaliza menos que después de su imputación por la desastrosa salida a bolsa de Bankia le llovieran los trabajos en el Santander, en Caixabank y en Telefónica, una de las privatizadas. Y consideramos normal que le quede una pensión vitalicia del Fondo Monetario Internacional, institución de la que se marchó sin dar explicaciones, aunque su entorno más próximo solía decir que había abandonado el FMI porque quería hacerse rico, muy, muy rico. Quienes pudieron evitarlo se escandalizan de ver al personal tan escandalizado. Periodista