Las consecuencias de las políticas practicadas por los gobiernos europeos se introducen cada día en más hogares generando auténticos desaguisados. Esa es la cuestión. Millones de personas han sido despojadas de su empleo por la pésima gestión de la crisis y por el efecto de una reforma laboral muy perversa. No es exagerado denunciar el hambre y la desnutrición que llega incluso a una parte de la población infantil. Fruto de decisiones políticas, que sufren las gentes con recursos escasos o nulos.

Miles de familias son desahuciadas por los bancos, quedándose sin techo. Es preciso ser muy desalmado para no ver el tremendo sufrimiento que las políticas imperantes están infligiendo a una cada vez más amplia capa de la población.

Tiene razón la Plataforma de Afectados por la Hipoteca al escandalizarse porque no se recojan las propuestas contempladas en la Iniciativa Legislativa Popular. La dación en pago, la moratoria para frenar la hemorragia de desalojos o el alquiler social a las familias desahuciadas, son propuestas razonables y posibles. No descalabran nada desde el punto de vista económico, y se hacen imprescindibles para poner algo de sosiego en este panorama tan desolador. Sorprenderse por el cabreo de los afectados por estas políticas, sus entornos y colectivos más sensibilizados, es un ejercicio de cinismo. Mucho más si se hace desde el confort de magníficos sueldos, coches fastuosos, oficiales o no, y cómodas residencias ¿Cómo puede no entenderse el mosqueo que genera entre los gobernados la falta de sensibilidad y sensatez de los gobernantes? ¿Cómo se puede poner cara de besugo despistado cuando se leen unas encuestas en las que todo lo que se asemeja a la política cae en picado en la apreciación de nuestras gentes? ¿En quién reside, en realidad, la responsabilidad de que se extienda, injustamente, la sombra de duda sobre todo lo relacionado con la gestión de la cosa pública? ¿Quién puede culpar al maltratado ciudadano cuando mete a todo quisqui en el mismo saco, si percibe sus problemas jamás se tienen en cuenta, desde ningún ámbito?

Es como si el empeño de nuestros gobernantes fuera elevar la tensión social, sustituir el diálogo y la solución a los problemas por la confrontación. Están jugando con fuego.

¿Justifica todo esto las concentraciones organizadas ante los domicilios particulares de los representantes políticos que avalan las actuaciones del Gobierno con tan nefastas consecuencias? Desde mi punto de vista, no. Más allá del debate sobre los cauces democráticos exigibles, en las empresas, en la sociedad y en las calles, para defender los intereses generales y los valores sociales, así como de la miopía de nuestros gobernantes, daré tres breves razones.

La primera, la presión se ejerce no solo contra unos responsables políticos, de cuyas propuestas políticas discrepo de forma radical, sino que afectan a su entorno familiar y personal; produce enroque y reafirmación, siendo además un camino de ida que puede desencadenar muchos de vuelta, con final indeterminado y con consecuencias muy poco agradables para nadie.

En segundo lugar, podría interpretarse que las acciones de escrache, siendo muy vistosas, pero llevadas a cabo por un grupo relativamente reducido de personas, en el fondo denotan debilidad y son sustitutivo de acciones con gran respaldo popular, a la larga más efectivas. Esto va en la dirección contraria a la que se pretende, rearmando las propuestas que se quieren combatir.

Y finalmente hay que advertir que el debate en los medios y en la sociedad se deriva hacia la bondad o perversión del escrache y no sobre la cuestión de fondo: la perversión del sistema.