En el acto de presentación como candidato del PSOE para las elecciones generales, Pedro Sánchez pronunció un discurso de gran calado político. Muchos comentaristas solo se han fijado en lo superficial: su preparación por expertos en márketing, vestido con traje y corbata y terminar junto a su esposa, como los candidatos en los Estados Unidos; y, sobre todo, su "sorpresa" por el uso como fondo de la bandera española. No sé cuántos se han leído el discurso y lo han subrayado para extraer las ideas fundamentales. Yo lo he hecho y varias veces. Por ello, me atrevo a destacar lo importante, al haber planteado los graves problemas que aquejan a España y mostrado las grandes líneas, sin entrar en detalles para solucionarlos, aunque tampoco era el momento para hacerlo.

Las ideas más destacadas han sido, su reivindicación de la larga historia de 136 años del PSOE de lucha por las libertades y la democracia; así como su protagonismo en la construcción del Estado de bienestar. Defensa de la Transición con una frase perfecta "No estoy de acuerdo con quienes pretenden deshonrar a nuestros padres para honrar a nuestros abuelos". Reconocimiento de su parte de culpa del paro y la corrupción, y la urgencia de corregirlos, con la lógica reivindicación de la política impregnada de los valores socialdemócratas. Para encauzar el problema territorial defensa del federalismo. Afirmación de un patriotismo defendido por Maurizio Virolli. "Ser patriota es querer que la historia de tu país discurra por la senda de la prosperidad y de la libertad de sus ciudadanas y sus ciudadanos".

Pero, sobre todo, hay un fragmento muy poco destacado por los medios de comunicación, sobre la esencia de la democracia, muy pertinente hoy para su necesaria regeneración: "Si algo hay claro en el panorama político en el que nos encontramos, es que estamos obligados al diálogo. Ya no sólo como un imperativo moral, sino como una necesidad funcional. Esa es la realidad política de la España actual. Y el diálogo y el acuerdo exigen el reconocimiento de la dignidad moral del adversario, exigen el respeto al otro, exigen escuchar al otro. Exigen arriesgarse a un diálogo del que ninguno saldrá igual que cuando lo inició. Un diálogo, cuando es de verdad, exige asumir el riesgo de ser convencido. Son necesarias nuevas formas de valentía en nuestra sociedad, que requieren más inteligencia que la que es necesaria para declarar inelegible moralmente al contrario, que la inteligencia necesaria para destruir moralmente a nuestro adversario cuando no somos capaces de combatir sus ideas". Tales palabras contrastan con el comportamiento político de nuestros dirigentes, que consideran el aceptar una propuesta del adversario, como una muestra de claudicación o debilidad. Cuando es por el contrario una muestra de altura moral y de buenas prácticas democráticas. No obstante, la cerrazón a cualquier concesión al diálogo con el adversario, no enemigo, no solo en la política sino también en nuestra vida cotidiana, tampoco es una novedad, ya que parece algo propio de la idiosincrasia española, tal como nos definió Manuel Azaña en La Velada de Benicarló: "El enemigo de un español es siempre otro español. Al español le gusta tener la libertad de decir y pensar lo que se le antoja, pero tolera difícilmente que otro español goce de la misma libertad, y piense y diga lo contrario de lo que él opinaba".

Se dice con relativa frecuencia, aunque plenamente motivada, que tenemos los políticos que nos merecemos. Nuestros políticos salen de nuestra sociedad, no provienen de Marte. ¿Somos demócratas los españoles? ¿Sabemos en qué consiste esencialmente la democracia? En mucho más que ir a votar cada cuatro años. Esta carencia implícita en las preguntas enunciadas, está en parte motivada por las secuelas de una larga dictadura, que ha dejado una huella indeleble en nuestro pensar y actuar políticamente. Esto ha supuesto que muchos nos hayamos acostumbrado a resolver autoritariamente los problemas y conflictos, inevitables en la convivencia, por medio del ordeno y mando y el puñetazo encima en la mesa, en lugar del diálogo, el contraste de pareceres y el intercambio de opiniones. En cambio, vivir en democracia ha sido lo excepcional en nuestra historia. Y esto deja huella. Por ello, no hemos mamado sus valores y nos resulta muy difícil comportarnos de acuerdo con ellos. Valores que según Manuel Ramírez son: la verdad política absoluta no existe, fomento de la capacidad crítica de los ciudadanos, valoración de la existencia de una sociedad pluralista, comprensión de la democracia como valor e incluso como utopía, personalidad democrática caracterizada por la comprensión y el diálogo, fomento de las virtudes públicas en detrimento de las privadas, asimilación del valor positivo del conflicto, estimulación de la participación y de su utilidad; y conciencia de la responsabilidad y ejercicio del control.

La democracia no es un regalo del cielo, que viene sin más ni más. Hay que cultivarla y mimarla, para hacerla cada vez mejor. Hay que socializarla en la familia, la escuela, la sociedad, la política, los medios de comunicación... ¡Y luego retiran la asignatura de Educación para la Ciudadanía! ¡Vaya escuela de democracia en los debates de algunos tertulianos o en el funcionamiento interno de los partidos políticos!