El Palacio de Sástago se ha transformado en el legado judío de Hebraica Aragonalia, una fascinante exposición organizada por la Diputación Provincial de Zaragoza y la Obra Social y Cultural de Ibercaja, y comisariada por expertos en nuestra herencia judaica: Miguel Angel Motis, Alfredo Romero, Javier Bona, entre otros.

El equipo de producción ha resuelto con habilidad las múltiples dificultades que presentaba una exposición de esta envergadura, y aunque tal vez falten piezas, o más piezas originales, y algunas de las reproducciones sean mejorables, el resultado es brillante y alentador. Un vistoso documental, que puede admirarse allí mismo, en una de las salas, y un extraordinario catálogo, acompañado por una no menos ejemplar guía didáctica, contribuyen a proporcionar al espectador una idea resumida y certera de la importancia que tuvo la comunidad judía en el viejo Reino, así como las vicisitudes, incomprensiones y tragedias a que sus miembros hubieron de enfrentarse.

Contra lo que en un principio pudiera pensarse, los habitantes de las aljamas aragonesas no integraron una fuerza demográfica parangonable con su influencia intelectual y política en reinados como los del Pedro el Grande. Sus censos nunca superaron los diez mil individuos, pero el número y calidad de intelectuales (Ibn Gabirol, Judah ha-Levi), médicos y hombres de negocios los hicieron indispensables a la sociedad, y a menudo a las cortes. Los reyes cristianos orientaron de muy distinta forma su integración: desde la complicidad del citado Pedro hasta las infamantes "señales" externas que les impuso Jaime II, los pogroms, o persecuciones, del siglo XIV, y la expulsión final a cargo de los Reyes Católicos, doña Isabel y Fernando.

Fiel a su legendario destino de éxodos y diásporas, la comunidad judía aragonesa habitó entre nosotros a partir de las persecuciones sufridas a lo largo del Imperio Romano. Durante los periodos visigodo y musulmán compartieron con otras etnias villas y ciudades, adaptándose a los usos reinantes, pero sin renunciar jamás a sus tradiciones y ritos.

Como esa curiosa "ceremonia de las hadas" en la que se colocaba a los recién nacidos en una especie de básculas metálicas en las que se depositaba oro, plata, trigo y cebada, y se lavaba al pequeño antes de proceder a su circuncisión.

O los entierros, precedidos, en la hora de la agonía, con un encuentro redentor con el rabino. Tras expirar, un familiar cerraba los ojos al difunto obedeciendo la creencia de que, si los mantenía abiertos, no sería capaz de distinguir la otra vida. El cuerpo del muerto se purificaba con agua caliente, se amortajaba con lino nuevo, encontrando su cabeza eterno reposo sobre una almohada rellena de tierra.

La muestra de Sástago cuenta también con el apoyo del proyecto cultural Espacio Sefarad, una maravillosa iniciativa cultural que se propone rescatar del olvido la herencia histórica, arquitectónica, literaria, mística, económica de la comunidad judía, sus sinagogas y baños, sus joyas y sepulcros, los libros sagrados, la kábala, pero también la crónica negra y las crueles páginas de la Inquisición.

*Escritor y periodista