Si alguien, además del primo de Rajoy o de la lumbrera intelectual que gobierna EEUU, Donald Trump, sigue negando la realidad del cambio climático, será como efecto de una potente ceguera o de un profundo sectarismo ideológico. Veranos que no son tales o con periodos de calor extremo, inviernos de mangas de camisa, otoños secos a rabiar, son las señales de alerta que el planeta, un año sí y otro también, nos lanza de manera angustiosa. Nos encontramos, como especie, ante el que quizá sea el reto político más relevante del siglo XXI.

Sí, es cierto, la historia del planeta es la de periódicos cambios climáticos. Pero ahora existe una gran diferencia con respecto al pasado y es que el actual cambio climático no responde a dinámicas internas de la naturaleza, sino a la intervención humana. Una intervención humana sobre el clima que se ha acentuado hasta el paroxismo con el capitalismo de consumo que se ha desarrollado en una parte del planeta desde mediados del siglo XX aproximadamente.

Lo más sorprendente de la situación es que, a pesar de su evidente gravedad, el combate contra el cambio climático no forma parte, en absoluto, de la agenda política de los dirigentes mundiales. Es más, existe una fuerte tendencia en sectores conservadores a negar la evidencia y a obviar, por tanto el problema. Rajoy lo hizo hace años, pero es que la actual administración norteamericana ha hecho de la negación del cambio climático una de sus banderas políticas.

Ya sea como consecuencia del, como decíamos, sectarismo ideológico neoliberal o de una irresponsable ceguera, los efectos del cambio climático se dejan sentir cada día, en forma de disminución de reservas hídricas o de dramático aumento de la contaminación. Son muchas las ciudades españolas, entre ella Zaragoza, que rebasan habitualmente los índices de contaminación recomendados, con los perniciosos efectos para la salud de la ciudadanía que ello conlleva.

Cualquier gobernante responsable debería tomar cartas en el asunto, arbitrando medidas para paliar la situación. Aunque estas medidas, en un primer momento, puedan ser mal recibidas por la ciudadanía. Se tratará entonces de explicarlas, de hacer cómplice a la ciudadanía de la preservación de su medio ambiente, de su propia salud. El problema surge cuando políticos irresponsables se lanzan a criticar medidas imprescindibles para la salud ciudadana.

Lo hemos visto en Madrid, donde las restricciones de tráfico han llegado a ser calificadas nada menos que de totalitarias y los proyectos de peatonalización, en consonancia con lo que se está haciendo en el resto de Europa con los centros urbanos, son combatidos con argumentos muchas veces peregrinos. Lo estamos viendo, por desgracia, en Zaragoza, donde el Partido Popular se empeña en poner palos a cualquier modelo de transporte no contaminante. Lo suyo es el humo, cuanto más humo, mejor, porque para los de Azcón, al parecer, somos tanto más libres cuanto más monóxido de carbono emitimos. El tranvía, y esta apuesta hay que agradecérsela al PSOE, constata día a día un éxito de modelo de transporte, cuyo único pero es que no llega al conjunto de la ciudad. La bicicleta, tan odiada también por los populares, es un magnífico complemento a la movilidad, que debiera cada vez ganarle más espacio al coche sin restárselo a los peatones.

No me cabe duda de que el coche sigue siendo necesario, que son muchos los ciudadanos, los trabajadores y trabajadoras que precisan de él cada día. De lo que se trata es de ir generando las condiciones de posibilidad para una progresiva desaparición del tráfico innecesario y su sustitución por transporte, público o privado, no contaminante. Llámese bicicleta, tranvía, coche eléctrico, o de San Fernando.

Se trata, a fin de cuentas, de tomarse en serio un problema serio, de no mirar hacia otro lado. Porque, aunque quizá no lo percibamos de manera inmediata, nuestra salud está en juego. Esperemos que los gobernantes responsables, los que en Madrid, en Zaragoza, en Valencia, en Barcelona, se atreven a tomar decisiones en beneficio de la ciudadanía, logren imponer sus razones frente a los irresponsables que solo saben vivir de espaldas al planeta. Porque en ese debate nos va el futuro.H

*Profesor de Filosofía. Universidad de Zaragoza