Vivimos en una sociedad dominada por un ecosistema mediático ruidoso, acuciado por la inmediatez y la actualidad más rabiosa. Pero los cambios profundos siguen produciéndose por debajo del ruido y los escaparates mediáticos. En diciembre de 2012, con motivo del primer aniversario del gobierno de Rajoy, mi predecesor Jaime Miñana alertaba en estas mismas páginas que, por debajo del triunfalismo absolutista del PP, se estaban produciendo destacables desplazamientos telúricos en las placas axiológicas sobre las que se asienta la sociedad española. El artículo Las bacterias del cambio aludía a esa invisible actividad transformadora de esos microorganismos que guardan paralelismo con los lentos procesos que se dan en el mundo de las ideas y de los valores. Algo así acaeció desde la irrupción del 15-M en nuestro país. Reproduzco un párrafo del citado artículo que ahora se me antoja profético: "El régimen de la Transición, mayoritariamente respaldado durante décadas, ha empezado ya a cuartearse en el imaginario de los ciudadanos más concienciados. Y ese proceso es ya imparable por mucho que la clase senatorial se bunkerice para defender sus privilegios y los de sus interesados cómplices. Las demandas de una democracia real están avanzando más allá de las tiendas del 15-M donde nacieron y su eclosión es cuestión de tiempo. La derecha parece gobernar para un país de los tiempos de Paco Martínez Soria".

Desde entonces esa alternativa imaginaria se ha concretado en 6,5 millones de votos que suma la izquierda altersistémica, casi tantos como el partido más votado; si a ello añadimos los sufragios del PSOE, el teórico bloque progresista domina el arco parlamentario español.

¿Qué ha pasado en nuestro panorama sociológico para que se produzca este vuelco? Para entenderlo en profundidad no podemos quedarnos en los indicios inmediatos de las encuestas, esa miopía es lo que ha deparado a la derecha (incluyo a C's) su debacle electoral. Esas mutaciones tienen dimensión global y fueron azuzadas por la megacrisis del 2008. Los tremendos recortes, el injusto rescate de los bancos y el aumento de las desigualdades no les saldrían gratis a los poderosos. La percepción del libre mercado como un teatro de operaciones positivo empezó a quebrarse en el imaginario de los ciudadanos; sus conceptos supuestamente optimistas --reparto de riqueza, iniciativa privada, emprendimiento...-- cada vez se cuestionaban más a favor de una interpretación inquietante del capitalismo financiero actual.

Este discurso crítico fue cobrando forma a través de brillantes teóricos como Owen Jones y múltiples colectivos --la inteligencia en red del siglo XXI-- que fueron viralizándolo en internet. Mientras el virus avanzaba a través de las redes sociales expansivas los gobiernos seguían aferrados al austeritarismo, especialmente sangrante en Europa meridional. Por eso el estallido se produjo aquí, en Italia y particularmente en España, donde el movimiento indignado cristalizó con éxito en la Puerta del Sol llegando a exportarse al corazón del imperio (Occupy Wall Street). Rajoy y los suyos no le dieron importancia ("que se presenten a las elecciones"), pero la quiebra ya se había producido y se demandaba democracia real (la actual no lo era). El divorcio entre los ciudadanos de marco mental avanzado y la casta política ya se había producido ("no nos representan"), la quiebra del régimen del 78 también (la corrupción desbordándose y la sublevación catalana vendrían a certificarlo). Pero la derecha gobernante seguía aferrada a un marco mental periclitado amparada en su absolutísima mayoría. Lejos de percatarse de la falla del régimen, llegaron a forzar toda su herrumbrosa maquinaria con unas contrarreformas que buscaban imponer su trasnochadas ideas sobre España, la seguridad, el aborto, la enseñanza, la justicia. El absolutismo pepero era, en el fondo, el canto de cisne del sistema político nacido en 1978. Las recientes elecciones generales han puesto de manifiesto esa lenta mutación de los marcos mentales. Las grandes ciudades y las zonas más dinámicas del país empiezan a apostar por partidos del cambio, Podemos especialmente, mientras el PP se mantiene en la franja poblacional más añeja y, junto con el PSOE, en las zonas rurales y menos desarrolladas. Es verdad que más de siete millones de ciudadanos han refrendado el relato de un partido imputado por su corrupción sistémica, pero su cuento es endeble y ya cotiza a la baja. La derecha española siempre se queda atrás; miren al retrovisor de la Historia: se opusieron al divorcio, al aborto, a las autonomías, al matrimonio homosexual y a tantos avances que ahora incluso han integrado en su programa. Es cuestión de tiempo. Por eso, más allá de quién gobierne y con quién, estén atentos a estos movimientos del imaginario colectivo, a los valores ciudadanos en alza que, aunque lentamente, tienen un rumbo inexorable hacia horizontes más abiertos y pueden depararnos muchas más sorpresas.

Escritor