Desde el pasado día 3 permanece detenido en España el escritor y periodista turco Hamza Yalçin, a quien el régimen de Ankara acusa de insultar al presidente Erdogan. Las autoridades otomanas le pusieron en busca y captura. Pero él lleva decenios fuera de su país y posee pasaporte sueco. Fue al pasar por aquí en ruta hacia Londres cuando le apresaron en el mismo aeropuerto. Luego, la Audiencia Nacional ordenó su ingreso en prisión. Por lo visto, los deseos de una dictadura islamista son órdenes para nuestras instituciones.

No tengo palabras para definir la profunda hipocresía y el desquiciado cinismo de un país (España), que quita y otorga credenciales de calidad democrática a otros estados... y luego es capaz de colaborar (¡en la represión!) con una dictadura que mantiene en la cárcel a miles de opositores y críticos, entre ellos 150 periodistas. Estamos gobernados por unos señores capaces de denunciar a voz en grito (y con razón) el derrumbamiento de la democracia en Venezuela o la tiranía de la monarquía roja que domina Corea del Norte, pero que bajan mucho el tono al considerar otros casos, pasan de puntillas cuando de China se trata y dan por buenas a las monarquías árabes, a las que venden armas y munición al por mayor.

¿Qué hace Hamza Yalçin en una cárcel española? Nadie lo puede entender. Y todavía habrá de esperar entre rejas que Turquía reclame su extradición en un plazo de 40 días. Mientras, la vergüenza caerá sobre nosotros, espesa como un diluvio. En Suecia, donde vive el periodista encarcelado, no dan crédito a la situación creada. Por supuesto, decenas de organizaciones internacionales (entre ellas el Club Pen de Escritores, Reporteros sin Fronteras o la Federación Internacional de Periodistas a la que pertenece nuestra FAPE) han exigido su inmediata liberación. En medio de tal revuelo, resultaba imposible convencer a las citadas entidades de que España entiende la lógica elemental de la democracia. Si así fuese, argumentaban, ¿cómo puede pasar lo que pasa? Y había que callarse, claro.