Los españoles tenemos una idiosincrasia propia, que se ha ido forjando y posando a lo largo de nuestra historia. Resulta conveniente para conocernos mejor el recurrir a personas de fuera, que al no estar inmersos en el fragor de la batalla diaria, les permite tener una visión más imparcial, como el profesor portugués Gabriel Magalhâes, que acaba de publicar el libro Los españoles. Un viaje desde el pasado hacia el futuro de un país apasionante y problemático. Uno de los aspectos más relevantes que el autor manifestó en la presentación es que España es un país "de alto voltaje", atravesado por una línea de tensión y en el que siempre hay una parte que tiene miedo de quedar excluida. En este sentido, revela que siempre que vuelve a su país desde España se "desenchufa" y le invade una sensación de tranquilidad difícil de percibir en el país vecino de Portugal. "En España no se puede estar distraído" y "Es perfectamente posible que todo el mundo quepa, que nadie perciba riesgo de ser excluido, que todos puedan ser tal como es y que el resto se alegre de ello".

La tensión como esencia de lo "español" es clara, nada más hay que repasar nuestra historia, llenas de fratricidas guerras civiles, lo que no impide un optimismo trágico, una valentía desafiante (como la del personaje central de El 3 de mayo en Madrid de Goya) y un realismo pragmático, representado por Santa Teresa. Sobre ese sedimento histórico, que sigue presente, Magalhâes señala unas ideas claves para que España prosiga unida su destino y sin quebrantos.

Hace falta consolidar la democracia para construir un espacio donde todo el mundo esté a gusto, ya que esta tradición no está plenamente asentada, como en el Reino Unido o USA. Se ha de crear una ética republicana, una ética para valorar el sentido auténtico de lo público, ausente en nuestro sentir. La tarea educativa es fundamental para contrarrestar el carácter nocivo de la televisión e internet, como canales de desinformación. La televisión, nos dice, es una máquina perfecta de no pensar; que hipnotiza y adormece el alma de los españoles; por ello preconiza que los canales de televisión públicos y privados ofrezcan contenidos de calidad. Y por último, nos aconseja "El grupo dirigente que fuera capaz en el ámbito de la lengua de llevar un cambio legislativo modificaría la historia del país y garantizaría la unidad de la nación para mucho tiempo. Este cambio legislativo sería: el aprendizaje en la escuela, además de la materna, de otra lengua peninsular. No habría mejor disolvente para la crispación. "Una fuente de tolerancia" que contrasta con una visión política que se obstina en definir Babel como un anuncio apocalíptico del fin de la unidad de España. En una entrevista propuso para el problema territorial, pero que suena a sacrilegio, aunque esté en las leyes vigentes: "Es un drama que el catalán no sea sentido por todos como una lengua de todos. En Cataluña (en la sociedad) existe una enorme generosidad con el castellano, que no es recíproca, y que sería muy útil. No hay español que no sienta la Sagrada Familia o Gaudí como propios, ¿por qué no la lengua?". Sugiere que las escuelas españolas añadan a su currículum la enseñanza de catalán, euskera o gallego. Cuando se entienda que las lenguas son de todos el problema se acabó.

Termino con otra valoración foránea, del libro La nación singular. Fantasías de la normalidad democrática española (1996-2011) de la profesora de literatura española de la Universidad de Illinois, venezolana y de origen español, Luisa Elena Delgado. Cuenta dos hechos, que me han servido de motivo de reflexión. En su Departamento de Español se estudian las 4 lenguas peninsulares. Y muestra su agradecimiento a Juan María Ribera Llopis que en los años ochenta del siglo XX preguntara a los alumnos de 4° de Filología Hispánica de la Universidad Complutense de Madrid si querían dar la clase optativa de Introducción a la Literatura Catalana en catalán, aclarando que se traduciría lo que fuera necesario. Que los alumnos dijeran mayoritariamente que sí, a pesar de no tener conocimiento previo del catalán ni ser, en la mayoría de los casos, de origen catalán, da la medida de cómo han cambiado las cosas a peor en España. Si hoy estamos así, son responsables la clase política estatal y la periférica, al haber utilizado la lengua como arma arrojadiza con fines electorales. Aquí, despreciando el gallego, el catalán o euskera, al imposibilitar su uso en el Senado, cámara de representación territorial; denominándola el LAPAO, o hablando el catalán en la intimidad. Allá, forzando la máquina, con leyes de normalización lingüística con el pretexto de que sus lenguas debían ser potenciadas por su situación de inferioridad respecto al castellano. Por supuesto, los medios de comunicación de aquí y de allá han contribuido a incrementar la tensión lingüística, en lugar de atenuarla. Y nosotros, los españoles, la hemos asumido e interiorizado, ya que como señaló Azaña: Un cartelón truculento es más poderoso que el raciocinio. Por ello, nos conducimos como gente sin razón, sin caletre. Somos extremosos en nuestros juicios. Pedro es alto o bajo... Los segundos términos, la gradación de matices no son de nuestra moral, de nuestra política, de nuestra estética. Cara o cruz, muerte o vida... Profesor de Instituto