Revoletea sobre la cabeza de los españoles un viejo y complejo problema, y de no fácil solución. Se trata de un amplio movimiento social y político de Cataluña, que está pidiendo el derecho a decidir en relación a su encaje o su separación del Estado español. Está ahí, y mientras no se encuentre una solución, el problema permanece y se pudre. Es una opinión generalizada entre los españoles, no catalanes, que es un problema exclusivamente de Cataluña. Esta manera de pensar supone un desconocimiento de la auténtica realidad. Como acaba de señalar el historiador catalán Jordi Borja "No hay un "problema catalán", hay ante todo un problema español. Un problema más propio del Estado, del Reino de España y de sus aparatos, que de la sociedad española."

No sé cómo se desarrollarán los acontecimientos en el futuro sobre el tema en cuestión, mas si un día Cataluña alcanzara la independencia, el daño en el ámbito político y afectivo sería grande en Cataluña y en el resto de España. Y también en el económico, al respecto unos datos son muy esclarecedores. El peso de Cataluña en la economía española es muy grande. Representa el 19% del PIB español; el 26% de las exportaciones; el 19% de la inversión extranjera; el 19% del turismo; el 22% de l+D+I; el 22% de pasajeros en aeropuertos; y el 32% de pasajeros en cruceros. Por ello, cualquier español medianamente informado y preocupado por el futuro de España, no debería permanecer al margen del tema. Hay mucho en juego. Sin embargo, tengo la impresión de que fuera de Cataluña no se es consciente de lo que se está fraguando: ni más ni menos que una parte importante de la población de un territorio del Estado, ya no quiere seguir formando parte de él. Sentimiento totalmente legítimo. No sé cuál es el porcentaje, pero según los indicios, son bastantes. No obstante, la cuestión se podría resolver fácilmente, mediante una consulta. Que hable la gente es profundamente democrático.

Desde fuera de Cataluña, la gran mayoría aduce con un simplismo sorprendente "que eso es cosa de catalanes", aderezado con grandes dosis de anticatalanismo. Lo acaba de manifestar el prestigioso hispanista inglés Paul Preston, tras haber impartido en la Universitat Rovira i Virgili de Tarragona, la conferencia El anticatalanismo de los rebeldes militares: de la batalla del Ebro a la ocupación total del país, "en el resto de España continúa habiendo un sentimiento anticatalanista", "sólo hay que subir a un taxi en Madrid" para constatarlo, tampoco es nada nuevo, ya que podemos verlo en los escritos de Quevedo. Ese sentimiento anticatalanista en buena parte se explica porque algunas fuerzas políticas lo han usado con fines partidistas. Preston comparó el caso con el de Escocia, y aseguró que "en Gran Bretaña no existe el grado de antiescocismo que existe en España de anticatalanismo". También dijo que, la Generalitat tendría que negociar y buscar "alianzas" en Europa ante el "inmovilismo" del gobierno español en la cuestión de la soberanía. "Desde Madrid no habrá progreso".

Siendo un problema de tal calado y trascendencia, quienes deberían resolverlo es nuestra clase política. ¿Cómo es posible que todavía no se haya desarrollado un pleno monográfico en las Cortes españolas sobre el tema y así buscar alguna solución? El problema está identificado, por ello son muy oportunas las palabras de Azaña, emitidas en la sesión de las Cortes de 27 de mayo de 1932, en un discurso impresionante sobre el Estatuto de Cataluña, "Cataluña dice, los catalanes dicen: "Queremos vivir de otra manera dentro del Estado español". La pretensión es legítima Este es el problema y no otro. Se me dirá que el problema es difícil. ¡Ah! Yo no sé si es difícil o fácil, eso no lo sé; pero nuestro deber es resolverlo sea difícil o fácil". Y no menos oportunas y plenas de actualidad: "Hay dos modos de suprimir el problema. Uno, como quieren o dicen que quieren los extremistas de allá y de acá: separando a Cataluña de España; pero esto, sin que fuese seguro que Cataluña cumpliese ese destino de que hablábamos antes, dejaría a España frustrada en su propio destino. Y otro sería aplastar a Cataluña, con lo cual, sobre desarraigar del suelo español una planta vital, España quedaría frustrada en su justicia y en su interés y además perpetuamente adscrita a un concepto del Estado completamente caduco e infeliz". Frente a estas dos opciones hoy planteadas e incompatibles, hay otras, encuadradas en la denominada tercera vía. De momento ninguneadas. Una, la defendida por el líder de Unió Democràtica, Duran Lleida, que consistiría: (1) El concierto económico; (2) El control catalán de las infraestructuras, (3) la soberanía cultural, lingüística y educativa, (4) la presencia de Cataluña en organismos internacionales y (5) el apoyo a una reforma constitucional que reconozca a Cataluña como sujeto político soberano. La otra, la reforma constitucional en sentido federal del PSOE, la llamada "declaración de Granada", que recoge un nuevo pacto territorial. Propone la supresión del Senado y su conversión en una cámara de representación autonómica, constitucionalizar las competencias del Estado, un mínimo para servicios sociales básicos, los principios de la financiación autonómica; y la mejora de la cooperación institucional, etc.

Profesor de Instituto