Enfrentarse a la montaña es propio de personas bravas que buscan encontrarse a sí mismas en la paz de la naturaleza, pero cuando los protagonistas son personas invidentes no solo es más meritorio, sino que su hazaña entraña otras consideraciones. ¿Qué quieren demostrar? No se trata de hacer gala de una extraordinaria capacidad o de equipararse a deportistas sin limitaciones físicas, desde luego. La importancia de alcanzar una cima u objetivo siempre difícil llega mucho más lejos de la conquista; su trascendencia reside en la necesidad de forjar una destreza básica en cualquier individuo: el espíritu de superación, la aptitud para lidiar con cualquier obstáculo, competencia tanto más decisiva cuanto mayores sean las limitaciones que restringen la vida cotidiana.Que un grupo de montañeros invidentes, acompañados de sus guías y amparados por la ONCE, pretenda ascender al Galdhopiggen en Noruega dice tanto de la su fe en ellos mismos como de la entrega solidaria de sus acompañantes, pues sin ayuda nunca lo podrían conseguir. Por fortuna, no es un ejemplo aislado; enmascaradas en el depresivo cupo de noticias que nos transmiten a diario, podemos encontrar muchos hechos y nombres propios que nos recuerdan el lado hermoso de la vida. Como el de Pilar Mateo o Cristina González, esforzadas adalides que aspiran a limar las habituales asperezas plantadas en la trayectoria profesional de mujeres con diversidad funcional, personas que para cierto sector de nuestra sociedad son todavía un lastre, como también lo son, en otro campo, los alumnos con necesidades especiales de educación. Cuando un invidente alcanza un objetivo en apariencia inviable, además de lo que para él mismo pueda suponer, logra también emplazar un jalón en el camino de la integración. H *Escritora