El creer que vivimos en una democracia es un sarcasmo. Nada más tenemos que fijarnos en los recientes acontecimientos en Grecia. Las decisiones tomadas hicieron caso omiso de la soberanía popular, al ser impuestas por la Troika. Si alguno todavía no está convencido de esta carencia, le recomiendo del libro Pensar desde la izquierda la entrevista a Giorgio Agamben, en la que afirma que estamos en un estado de excepción, en el que la seguridad se ha convertido en el auténtico paradigma de gobernación. Para explicar el concepto de seguridad, Agamben recurre a Michel Foucault, el cual en su curso del Collège de France de 1977-78 fue el pionero en ocuparse de los orígenes de tal concepto, demostrando que provenía de los métodos de gobernación preconizados por Quesnay y los fisiócratas poco antes de la Revolución francesa. En aquella época las hambrunas eran el principal problema. Hasta entonces habían pretendido combatirlas almacenando granos y prohibiendo la exportación de cereales, etc. Los resultados eran desastrosos a menudo. Para Quesnay no se podían prevenir y los resultados de combatirlas eran mucho peores que lo que pretendían impedir. Llegados a esta situación surgió el modelo que Quesnay calificó de "seguridad"; consistente en permitir que se produjeran para estar preparados, y sobrevenidas intervenir y gobernar en el sentido más oportuno. El actual discurso sobre la seguridad, al contrario de la argumentación gubernamental, no pretende prevenir los desórdenes públicos; su función es el control y la intervención a posteriori. Tras las revueltas en la cumbre del G8 en Génova, en julio de 2001, un alto cargo de la policía declaró ante los magistrados, que investigaban la actuación de las fuerzas de orden público que el gobierno no pretendía el mantenimiento del orden, sino la gestión del desorden. De ahí, todo un conjunto de medidas de control sobre los ciudadanos, considerados todos potenciales delincuentes. Por ello, estamos inmersos en un auténtico y permanente estado de excepción, con el argumento de "por cuestiones de seguridad", que justifica cualquier medida aunque coarte las libertades de la ciudadanía. En consecuencia, el estado de excepción en Agamben, paradójicamente, no se caracteriza por su anormalidad y provisionalidad, y sí por su permanencia. La conclusión es clara. Debemos preguntarnos por la verdadera naturaleza de la democracia actual. Una democracia limitada a disponer como único paradigma de gobernación, y como único objetivo, el estado de excepción y la búsqueda de la seguridad, deja de ser una democracia.

Lo auténticamente grave además del silencio de la judicatura, es la aceptación por la mayoría de la ciudadanía de la situación expuesta. Las limitaciones a la libertad que el ciudadano de los países "democráticos" está hoy dispuesto a aceptar y tolerar son infinitamente mayores de las que hubiera consentido unas décadas atrás. Aceptamos que plazas y calles deben estar vigilados por cámaras. ¿Podemos sentirnos libres paseando por unos espacios vigilados constantemente? Según un informe de Forbes de agosto de 2012, "En USA, el número de cámaras de videovigilancia es de 30 millones, lo que supone más de 4.000 millones de horas de grabación semanales". Si pasamos por los controles de seguridad de un aeropuerto, nuestros cuerpos y nuestras maletas serán escaneados. El hospital, la oficina pública, la escuela, hacienda: todos tienen sus propios regímenes de inspección y sus sistemas de almacenamiento de datos. Nuestras compras con tarjeta de crédito y nuestras búsquedas en internet y llamadas telefónicas son controladas y almacenadas. Las tecnologías de seguridad han progresado extraordinariamente para espiarnos cada vez más. Todos ufanos llevamos encima el dispositivo de vigilancia más perfecto que se haya inventado jamás, con nuestro total consentimiento, metido en el bolsillo. Da miedo pensar en toda la información que es constantemente producida acerca de uno mismo. Lo explica muy bien Thomas P. Keenan en su libro Tecno siniestro. El lado oscuro de la Red: la rendición de la privacidad y la capitalización de la intimidad.

Gilles Deleuze escribió ya en 1990 un breve e inapelable artículo titulado Post-scriptum sobre las sociedades de control. Cuanto más tiempo pasa desde su publicación, más certeras resultan sus palabras, convirtiendo así al filósofo en profeta.

En el libro Declaración Michael Hardt y Antonio Negri nos dicen que el régimen de seguridad y el estado de excepción generalizado han construido una figura subjetiva presa del miedo y ansiosa de protección, el seguritizado (vocablo inexistente en español, aunque muy claro su significado). El miedo es el motivo por el que aceptamos no solo nuestro doble papel, observador y observado, en el régimen de vigilancia, sino también el hecho de que tantas otras personas lleguen a estar privadas de su libertad. Vivimos con el miedo de una combinación de castigos y amenazas externas. El miedo a los poderes dominantes y a su policía es un factor determinante, pero más importante y eficaz es el miedo a los otros y a las amenazas desconocidas, un miedo social generalizado. (...). Quienes están encarcelados tiene menos que temer, además de estar menos vigilados que los que andamos por la calle. Profesor de instituto