A finales del 2011, Barack Obama ordenó retirar las tropas estadounidenses de Irak. Fue una decisión enmarcada en una política exterior que en sus dos mandatos se ha caracterizado por ir dos pasos por detrás de la realidad. Una política no exenta de apaciguamiento, con el resultado de una tentativa de atentado integrista en Miami, otro atentado consumado en Boston y el resurgimiento de una forma de violencia extrema, el Estado Islámico (EI). La historia, obstinada, demuestra de forma constante que los actores agresivos no ven en los gestos conciliadores bondad o voluntad de entendimiento sino una debilidad de la que aprovecharse. La errática política exterior de Obama, entre otros factores, ha provocado el envalentonamiento de fuerzas extremistas y el actual avance del Estado Islámico en Oriente Próximo. Es una máxima bien conocida: cuando el bien se retira, surge el mal.

El grupo ha pasado por diferentes nombres desde su fundación en el 2004 como franquicia de Al Qaeda en Irak. Al amparo del caos provocado por la guerra civil siria adoptó su nombre definitivo con el firme objetivo de establecer sobre la faz de la Tierra su terrorífico califato. El EI no siempre fue así de poderoso, e incluso en el 2007, coincidiendo con la formación de la coalición suní (respaldada por Estados Unidos) en Irak y el aumento de tropas y operaciones antiterroristas estadounidenses en ese país, estuvo al borde de la derrota. Pero la falta de apoyo a esta coalición de líderes tribales sunís por parte del Gobierno de Al Maliki, así como el descenso del compromiso de Washington con Bagdad, llevó al renacimiento de este grupo terrorista y su posterior transformación en ejército.

Hoy el EI ha establecido su capital en la ciudad siria de Raqqa y se extiende peligrosamente por Irak a través de la estratégica y relevante región de Anbar, caída en desgracia ante la inacción y la descoordinación de los actores que se oponen a este ejército del mal. La acción que derrote al EI ha de ser liderada por EEUU dada su condición de primera potencia mundial, y debe adquirir la forma de una coalición internacional. Esfuerzos en ese sentido se están produciendo estos días en Bruselas. Pero no es suficiente. EEUU debe tener la habilidad de sumar a sus tradicionales aliados, y con un papel protagonista, a las tres potencias regionales del área, Arabia Saudí, Irán y Turquía. Ninguna de ellas puede excluirse o considerarse a salvo. Por ejemplo, ya se han detectado movimientos de seguidores del Estado Islámico en Arabia Saudí. La amenaza de un Gobierno extremista suní como el que constituirían los terroristas en Irak ha sido incentivo suficiente para que los iranís hayan atacado hace escasas fechas objetivos radicales. Turquía, cuya estabilidad política y diversificación energética se verían seriamente amenazadas si Irak cayera, ha de participar.

EL ESTADO Islámico ha mutado. Mantiene un componente terrorista, pero se ha constituido en medio de la caótica situación de Oriente Próximo como una fuerza concentrada, perdiendo la ventaja de la dispersión que ampara a los grupos terroristas. Ahora goza de capacidad de influencia geopolítica, que aprovecha para extender su territorio y que supone una grave amenaza para la ya de por sí inestable región. Pero la fuerza de su poder concentrado puede transformarse en su talón de Aquiles al ser susceptible de ser atacado por una fuerza masiva, coordinada y decisiva.

A este esfuerzo habría que añadir un cambio de actitud del Gobierno de Irak, que debe recomponer la alianza tribal suní contra el terror e incorporarla a las estructuras y políticas de seguridad del Estado. Y, claro, Obama debe recuperar la imagen de fuerza perdida en la guerra contra el terror. En las relaciones internacionales, las asociaciones se producen entre imágenes, y EEUU no puede transmitir a amigos y enemigos una imagen de vulnerabilidad. Si algo ha mostrado el Estado Islámico es que Washington, pese a depender notablemente menos de los recursos energéticos del área y de haber virado sus intereses estratégicos hacia el Pacífico, no puede abandonar la región. Por su parte, las potencias regionales no pueden eludir sus responsabilidades, ni los aliados europeos de EEUU delegar de forma perenne en Washington.

Todos los implicados en este conflicto contra el mal en estado puro deben reflexionar en la línea de un activista contra el Estado Islámico que opera en Raqqa. En un vídeo difundido por el Wall Street Journal, este joven se cuestiona, tras el asesinato de un compañero suyo, proseguir la lucha. Y concluye que la prosigue, porque no hacer nada es contribuir a la existencia del Estado Islámico. El bien y la razón no pueden dormir, porque producen monstruos.

Profesor de Relaciones Internacionales.

Universidad Complutense de Madrid.