Lo había dicho durante la campaña y en los días de la transición, pero ayer dobló la apuesta en un discurso escasamente presidencial y poco adecuado a la dignidad del momento. Estados Unidos primero. Este es el único programa de Donald Trump como 45º presidente de su país. La frase -más bien un eslogan de campaña electoral- es un compendio de proteccionismo, nacionalismo y cinismo. De proteccionismo, cuando propone levantar muros comerciales en un mundo interconectado. De nacionalismo, cuando anuncia un repliegue de EEUU de la escena internacional con la coletilla de hacer grande de nuevo a su país, como si no lo fuera ya, e invoca el patriotismo. Y de cinismo, al lanzar un ataque contra lo que representa Washington y a favor de los perdedores de la globalización cuando él mismo y algunos de los miembros del equipo que ha nombrado ya para ocupar los cargos más relevantes de su Administración son máximos representantes de unas élites que están en el origen de la crisis iniciada en EEUU y extendida después al resto del mundo y cuyas consecuencias aún sufren millones de personas.

El tono agresivo de su discurso llegó muy alto, especialmente en presencia de tres expresidentes y del saliente, cuando definió la situación en el país como una «masacre americana». El compendio de sus palabras es populismo en estado puro, demagogia de manual, de la que ofrece soluciones simples a problemas complejos. El radicalismo de su programa unidireccional tendrá, de aplicarse, consecuencias de gran calado en el mundo. El aislacionismo que propone entierra un orden mundial en el que se han basado las relaciones entre países desde el fin de la segunda guerra mundial. Entonces EEUU entendió que su mejor interés era promover un orden basado en unos valores compartidos por las democracias, un modelo que con sus claroscuros se ha cimentado a lo largo de décadas en alianzas de defensa y acuerdos comerciales. Trump enterró ayer este orden. Lo que lo que sustituirá es una gran incógnita.

Tres aspectos revelan lo muy peculiar que es ya esta presidencia. El multimillonario llega a la Casa Blanca con el porcentaje de popularidad más bajo de todos los presidentes de estreno; se registraron disturbios en la calle durante la ceremonia de inauguración, y muchos comentaristas ya se preguntan abiertamente cuánto durará su mandato.