He leído hace poco que la televisión ya es residual, destinada sobre todo a los viejos: es lo que soy, jubilado y con mayor disposición de tiempo y sedentarismo. Y, desde que conocí de chico el sistema en Francia, antes de tenerlo en España, adicto al medio, aunque cada vez más airado con su mala calidad en general. Hablo de las cadenas generales, no de la aragonesa, justamente considerada entre las mejores y discretamente administrada, y tampoco de las otras autonómicas a que tengo acceso.

Denostaré los informativos, tan espectacularizados, tan controlados sus titulares, sus contenidos, etc., sobre todo en la oficialísima TVE-1. Suelo ver -en otro canal- los primeros minutos del noticiario de mediodía, y cerrar rápidamente esas páginas tan mal jerarquizadas, tan centradas en los sucesos, el deporte y el clima, algo en el avatar de los grandes partidos, la economía o los grandes temas internacionales, y nada en la cultura.

Quiero escribir, y protestar indignado, sobre la mala oferta de películas, tan recurrente y repetitiva, sectorial, ignorando salvo una buena noche en La 2 el cine europeo y apenas el de otros mundos. Me quejo de la abusiva publicidad, a todas luces trasapasados viejos límites proporcionales, que nadie parece respetar, mostrando que con tantas cadenas hay para todas, y parece que a muy buenos precios. Contra esa extorsión, está el gozo de grabar y almacenar para días malos y luego pasar deprisa. Y me quejo del escaso respeto a los horarios para niños, que con frecuencia no están en la cama a las nueve o diez de la noche, pero sí muchos protagonistas practicando con mayor o menor entusiasmo sexo explícito, o enormes violencias. Nadie en el Gobierno, tan ultraconservador en otros asuntos, parece interesado en controlar todo eso.

Y quiero, sobre todo, referirme hoy a las series. En los últimos años ha habido un notable lío con las nuevas cadenas, nuevas ofertas de pago o de las distribuidoras rivales, etc., que replantean muchos asuntos. En primer lugar, el abuso hasta nivel de estafa, de ofrecer capítulos de muchas series en desorden, repetidos, como si fuesen conciertos que uno desea volver a escuchar con frecuencia.

Como es lógico, en nuestra condición de personas mayores, gustamos mi mujer y yo de ver series de presentación moderada, amable, suavemente humorística, buscando más la calidad artística de fotografía, escenarios y vestuarios, música y, desde luego, los diálogos. Por eso disfrutamos de Los Soprano, El ala oeste de la Casa Blanca, Downton Abbey, y luego Castle, El mentalista, o las sofisticadas Madmen, Scandal, etc. Siempre nos gustó el género policiaco, y que el protagonista fuera un o una detective inteligente deductores y humanos, y no tanto como ahora ocurre, los forenses. Por eso hemos preferido Sherlock, Elementary, Wallander, Vera, Bones, Rizzoli & Isles, Ley y orden, Navy, Hawai 5.0, Rex, The Closer, The Listener, Vigilados, Crimen en el Paraíso, Fiscal Chase, Caso abierto, Imborrable, CSI Cyber. No está mal el conjunto, si no incidieran en los timos apuntados: desorden, repetición, etc. (algunas saltan de unos a otros canales, o los simultanean, aumentando el desconcierto). Por su atracción y calidad también hemos picoteado en otras más violentas, como Homeland (alargada al infinito innecesariamente, al igual que la inicialmente estupenda House), Arrow, Forever, Lucifer, The Flash, Mr. Robot, Blindspot, y otros super (o infra) héroes, aunque rechazamos las que sirven demasiado horror. En ocasiones habíamos visto la estupenda primera versión, como es el caso de House of Cards, de hace unos quince años, y no nos apetecían segundas partes. Y, desde luego, gracias a su almacenamiento dosificable, hemos disfrutado como quizá la mejor de todas, Borgen, la serie danesa sobre una mujer guapa, inteligente, humana, metida a primera ministra.

No hablaré de las españolas, son las históricas de buena calidad y no mucha fiabilidad documentada; y las contemporáneas (muchas segunda mitad del XX) con demasiado cartón piedra no sólo en decorados y vestuarios sino en la dicción, los guiones. La nueva, de Emilio Aragón, Pulsaciones, parece más moderna, con excelentes intérpretes, guión, música, pero no parece que pueda aguantar tantos capítulos cuando todo parece ya dicho o adivinado.

Me quejaré, en fin, ya puestos, de la escasa, deficiente información sobre las series. No ya en la prensa, que aprieta cuanto puede los datos de las consideradas principales cadenas, cuanto en la propia red, donde no abundan buenos calendarios, síntesis, panoramas, noticias de futuro. En fin, que creo que en ese sector, todavía de gran utilidad y consumo por una parte notable de la población, hay numerosas deficiencias. Lo malo es que nadie parece interesado en arreglarlas, y será «el mercado» (es decir las ofertas de pago, o las de cadenas preponderantes) quien resuelva. Porque de eso de las audiencias… no me explico cómo tanta gente se cree lo que nos dicen. Catedrático emérito