Tras los terribles atentados de París, Hollande nos anunciaba que estamos en guerra. Proclamaba, de hecho, algo que no es novedad, pues es difícil recordar, desde los noventa, un momento en que Occidente no haya estado en guerra. Desde las guerras del Golfo, origen de todo lo que vivimos, hasta las de Afganistán, Libia o Siria, pasando por esa difusa guerra contra el terrorismo, que golpea a diario en algún lugar del planeta, los gobiernos de Occidente no han dejado de recurrir a la guerra como uno de sus instrumentos básicos en las relaciones internacionales.

Estamos en guerra, en su guerra. Una guerra que no es pensada para solventar un problema, sino que es, por un lado, pose hacia una opinión pública a la que previamente se ha idiotizado con un discurso simplista de buenos y malos, en el que los buenos, claro, somos siempre nosotros, y a la que se le sirve la ración de odio que previamente se le ha inoculado, y por otro, instrumento para satisfacer los intereses económicos de las multinacionales de las que nuestros gobiernos suelen ser instrumento.

Que la guerra no es solución no es frase de pacifista trasnochado, sino mera constatación histórica (¡ay, las humanidades, qué inútiles que son!). Repasar las intervenciones militares de las grandes potencias en el exterior (Corea, Vietnam, Afganistán, Irak, etc.), pone de manifiesto que incluso las victorias suelen resultar pírricas. Más cuando la estrategia pasa por apoyar al enemigo del enemigo para hacerlo mi amigo, independientemente de su catadura moral. Lo recordaba, nada menos, Hillary Clinton en una intervención en el Congreso norteamericano, subrayando el profundo error que supuso armar a los talibanes de Bin Laden para erosionar a los soviéticos en Afganistán. Cuarenta años después, EEUU ha armado a ISIS para derrocar a Al Assad. Una de sus consecuencias la padeció la población parisina hace unos días. Varias guerras después, Afganistán sigue en erupción, lo mismo que Irak, base territorial de ISIS, Siria o Libia.

No se trata pues de pacifismo, sino de inteligencia. O de honestidad. Pues no se sabe si lo que guía a nuestros miserables dirigentes, de González a Hollande, pasando por Aznar o Merkel, es pura y simple incompetencia, que seguro, o si, además, está aliñada con turbios intereses económicos. De traficantes de armas está nuestra política llena, hasta sus más altos estamentos. Y, de ese modo, nuestros gobiernos se convierten en aplicados comerciales de las empresas de armamento.

Los mismos que se rasgan las vestiduras, que organizan manifestaciones contra el terrorismo que serán encabezadas por dirigentes expertos en humillar las leyes internacionales o los derechos humanos, como un Obama o un Netanyahu, no sienten reparos en vender armas a países, como Arabia Saudí, que son apoyo incondicional de los grupos terroristas que luego atacarán Occidente.

QUE NO NOS tomen el pelo. Su guerra no es la solución, sino el problema. A quien hay que hacer la guerra, política, es a quienes han convertido el mundo en el avispero que es ahora. Su camino solo conduce a más muerte y desolación. Su irresponsabilidad y complicidad forman parte del problema. La solución no es sencilla, pero por ello mismo no podemos instalarnos en el simplismo que nos lleva gobernando décadas. Efectivamente, hay que acabar con ISIS, pero no parece que esa sea tarea para quienes han creado el monstruo.

Hay que delimitar quiénes son ellos y quiénes somos nosotros. Frente a la simplicidad de Occidente frente al Islam, es preciso constatar que hay un cierto Occidente despreciable y una buena parte de musulmanes sufrientes, que padecen, como la ciudadanía europea, los golpes del terrorismo, cotidianamente, aunque no salga en nuestros periódicos ni se les dediquen minutos de silencio. En ambos lugares hay víctimas y verdugos. Un verdugo es fácilmente identificable, el radicalismo islámico de ISIS, otro no es presentado como tal, pero lleva años sembrando el terror, el despiadado capitalismo multinacional, en lucha a muerte por el control de las materias primas. Los demás somos sus víctimas y solo desde ellas puede surgir una verdadera alianza contra el terror.