Qué difícil que resulta para la gente normal (incluso para quienes tienen estudios) comprender la forma en que se está reorganizando la sociedad. Las clases se han subdividido en múltiples estratos cada vez más finos, quebrándose el principio del interés común. Por encima de todos, muy-muy arriba, una ínfima minoría incrementa a cada segundo su riqueza mientras por abajo cunden la inseguridad y el miedo, aunque también una extraña despreocupación: si te sobra un euro, te lo gastas al contado. Cuando el mañana es imprevisible, mejor disfrutar de lo que tengas hoy.

Las normas fiscales y los trucos financieros se han convertido en un galimatías ininteligible. Intenten ustedes entender todo eso de los activos fiscales diferidos (DTA, por sus siglas en inglés), que los bancos anotan como capital propio aunque son impuestos en negativo acumulados en tiempos de pérdidas para hacerlos realidad cuando lleguen las ganancias. O los créditos fiscales a las grandes compañías que adquieren activos en el extranjero. O las complejas retribuciones asignadas a los altos ejecutivos de las más relevantes sociedades anónimas, los deportistas de élite y las estrellas del show bussines. De vez en cuando (como ahora mismo) los burócratas de Bruselas investigan los beneficios que la Hacienda española concede a los del Ibex o aquí mismo algún juez hurga en los tejemanejes del neymar de turno. Pero todo ello queda envuelto en la niebla de unas laberínticas reglas del juego que por supuesto no son las que rigen para la ciudadanía común.

Por eso resulta tan difícil visualizar los privilegios y trapacerías de quienes están arriba de verdad. No de aquellos que ganan un buen sueldo (por ejemplo, por encima de los cien mil euros brutos anuales) u obtienen beneficios profesionales o empresariales de similar cuantía fácilmente controlables por el fisco. No. Me refiero a los pocos afortunados que ingresan mucho más y disponen de sofisticados mecanismos para eludir los impuestos. Encima, como lo suyo es un arcano para la inmensa mayoría, casi nadie se mete con ellos. Guay, ¿eh?