Vivía Mariano Rajoy un momento dulce después de los sobresaltos del año pasado. La economía arrojaba datos alentadores; la negociación para la aprobación de los Presupuestos caminaba por una senda razonable; el PSOE seguía metido en unas primarias a cara de perro, mientras Ciudadanos y Podemos perdían empuje, según las encuestas. En la Moncloa veían venir ya una legislatura más larga de lo previsto. Y en ese llegó la UCO. La investigación ordenada por el juez Velasco a la unidad de la Guardia Civil y que ha conducido a prisión al expresidente de la comunidad de Madrid Ignacio González ha sido una bomba de consecuencias imprevisibles. Madrid, además, no es Valencia. En la capital del reino hay una presión mediática muy fuerte y la concentración de poder político y económico es tan alta que un caso como el del saqueo de la empresa pública Canal de Isabel II salpica a muchas empresas e instituciones. No parece este un choriceo a la valenciana con personajes propios del mundo de la picaresca, sino un montaje mafioso de altos vuelos y muchos millones de euros. Es imposible que Rajoy pueda mirar para otro lado. Tiene también Rajoy un condicionante añadido que le complicará la existencia. La nueva generación que ya manda en el PP parece menos tolerante a los manejos sucios, a la financiación irregular y al tráfico de sobres y comisiones. Es el caso de Cristina Cifuentes, que, a diferencia de la inefable y aún concejala de Madrid Esperanza Aguirre, no está dispuesta a rodearse de personajes turbios como González, Granados o Correa. Vienen meses de emociones fuertes. H *Periodista