Millones de catalanes y de españoles en general estamos cansados, aburridos e inquietos ante el sesgo que está tomando el enfrentamiento entre nacionalistas. No pocos de nosotros desciframos a la perfección la peligrosa manera en que buena parte de las élites políticas de Madrid y Barcelona apuestan por ir al choque para cuajar un nacionalpopulismo que tape sus vergüenzas, sublime las respectivas corrupciones y ofrezca al respetable argumentarios muy simples. Pero otras gentes, arastradas por los enloquecidos constructos verbales del PP-C’s, por un lado, y de Junts pel Sí y de la CUP, por otro, van generando una creciente aversión (por no decir odio) hacia los catalanes o los españoles, según el caso. Y todo ello se macera en el más aberrante desprecio a la democracia. Tanto por parte de quienes se niegan a resolver la cuestión a la canadiense (si allí les fue tan bien, ¿por qué aquí ni siquiera se toma el modelo en consideración?, como por la de quienes pretenden llevar a cabo un pseudoreferendo sin garantías ni condiciones ni respeto a la disidencia.

Centralistas y separatistas han ensamblado con sus excesos verbales y sus desbarres programáticos artefactos que ahora resulta muy difícil desactivar. Rajoy pretendía agotar al soberanismo catalán desgastándolo con sentencias del Constitucional y embestidas del ultraderechista Albiol. Los separatistas, a su vez, se han empeñado en representar a toda Cataluña (donde al menos la mitad de la gente no comparte su procés) por las malas o por las peores. Claro, del PP cabe esperar cualquier cosa. Pero ver al PDCat dar patéticos bandazos, a Esquerra extremar su oportunismo y a la CUP jugar al patriotismo revolucionario... En fin.

Estoy harto de nacionalismos. Y cada vez soy más internacionalista, más cosmopolista, más europeista y más... extranjero. Justo por eso me pone malo que aquí, en Aragón, la derecha denigre la lengua aragonesa. Yo no la hablo ni la hablaré. Pero además de ciudadano del mundo respeto a los demás y creo que cada idioma es un tesoro. Sí, soy raro.