Nada es menos conveniente para acercarse a la realidad, especialmente a la realidad política, que la ingenuidad. En ella, en la realidad, en la política, se dirime una sorda lucha, oculta para ser más eficaz, en la que el poder, a través de sus múltiples mecanismos (partidarios, mediáticos, institucionales), se afana por que nada se le escape de las manos. De esa manera, lo que sucede suele ser el resultado de estrategias dirigidas a conseguir determinados objetivos, entre ellos, y muy especialmente, que la gente piense como debe pensar. Hay momentos en los que al poder le resulta más difícil controlar los procesos sociales, como se pudo constatar en el 15-M. Por ello, sus esfuerzos, en esos casos, se redoblarán para devolver las cosas a la normalidad, su normalidad.

Múltiples han sido las estrategias para reencauzar lo que supuso el 15-M, ese grito de hastío que la sociedad española, acuciada por la crisis y la corrupción, lanzó a los cuatro vientos. Ese malestar fue capitalizado por Podemos en primer lugar, por los Comunes más tarde. El poder, lejos de permanecer pasivo, puso su maquinaria a pleno rendimiento para cauterizar la herida. Una primera medida, que cada vez se muestra más exitosa, fue la promoción de Ciudadanos, ese «Podemos de derechas» del que habló el presidente del Banco de Sabadell. Pues si algo tiene el poder (no, el Gobierno, no nos confundamos) es inteligencia, sutileza. Por eso es poder. Conscientes del malestar social, se ofrece una herramienta para encauzarlo, pero una herramienta diseñada y promocionada por los propios responsables del malestar social y que defenderá, con otros tonos y maneras, los intereses del poder.

Una segunda estrategia, que se halla en todo libro de estilo del poder, es la del desprestigio de la cabeza visible del movimiento, Pablo Iglesias. Ayudado por las torpezas del propio personaje, que no han sido pocas, el poder ha conseguido, especialmente a través de sus medios de comunicación, un brutal deterioro de su imagen, lo que le ha llevado a pasar del mejor al peor valorado de los líderes.

En la actualidad se implementa una tercera estrategia, la del pesimismo. El mensaje es que aquello que en un momento ilusionó a una parte importante de la sociedad española se hunde irremisiblemente en un proceso que le aboca a la irrelevancia política. Los instrumentos diseñados para conseguir que la gente piense como debe pensar, medios de comunicación y encuestas, remachan el mismo mensaje. Poco hay que saber de realidad política y sociológica para ser conscientes de que las encuestas no son instrumentos para sondear estados de opinión, sino para producirlos. Las encuestas no describen, sino que prescriben. Prescriben a los votantes, a los consumidores (cada vez hay menos diferencias) cómo deben comportarse. Y ahora se trata de instalar ese discurso del pesimismo, para intentar rematar la operación iniciada hace tiempo.

No cabe lamentarse, la realidad funciona así. Y mientras desde las posiciones críticas con el sistema no se disponga de instrumentos para entrar a la batalla de producción de opinión, se estará a merced de quienes controlan la realidad y deciden qué existe y qué no existe, quién es bueno, quién es malo. Así que lo que toca es leer la realidad y afrontarla.

Podemos, Unidos Podemos, Comunes, tienen una tarea ante sí, sobre todo Podemos. Vengo defendiendo hace tiempo que Podemos debe ser un instrumento, no un fin, que debe saber ajustarse a los procesos políticos. Podemos entró a regañadientes en la dinámica de los Comunes, la única que, de uno u otro modo, ha dado espacios de poder a las fuerzas alternativas. Hay voces que apuntan a que Podemos está barajando la posibilidad de cambiar de nombre de cara a próximas citas electorales. Es una vía interesante, pero solo si es resultado de una nueva realidad política. Podemos, Unidos Podemos y los Comunes son el resultado diverso de la apuesta de mucha gente que vio la necesidad de procesos de convergencia.En estas mismas páginas me harté de escribir sobre ello. Retomar esa idea de convergencia, caminar hacia la construcción de una herramienta política más amplia e incluyente, es la única respuesta válida contra el pesimismo. Dicho de otro modo, volver a ilusionar, implicando en un proyecto de reconstrucción ampliada a quienes siguen heridos por el malestar de una sociedad insoportable. Ese es el antídoto.

*Profesor de Filosofía. Universidad de Zaragoza