Las propuestas actuales en el campo de la ética se agrupan en torno al particularismo comunitario y al universalismo ilustrado. Conciliar lo uno y lo otro en un mundo global, es hoy el reto. Una ética universalista sin contenido histórico tradicional se queda vacía como río seco y apenas un cauce. Pero una ética con mucha sustancia tradicional y sin principios racionales de validez universal, es como pantano en el que nos ahogamos sin levantar cabeza. Una moral convencional es ya moral convenida y, por tanto, vigente como ética en su propio mundo mientras se pueda criticar y no se critique con buenas razones. El consenso en el que se vive es de obligado cumplimiento para cuantos lo comparten. Sería un grave error pensar que la argumentación racional no es más que un pretexto para arrasar todas las costumbres y convenciones históricas sin razón alguna. Lo mismo que creer que la razón humana puede enfrentarse de una vez con todo el mundo y situarse, fuera del mundo de la vida, para no dejar títere con cabeza y nada en pie que no hubiera sido antes fundado en sólidos argumentos. Lejos de entrar en razón cuando se presenta un problema y, por tanto, en diálogo, esto sería el arrebato de la razón sin ningún motivo, algo tan irracional como querer razonar fuera del mundo sin hablar con nadie. La autonomía de la razón no es eso, eso es un desvarío.

Si la ética universalista nos prepara para resolver sin violencia con la palabra los conflictos que se presenten --pues los hombres se entienden hablando y nada humano nos es ajeno-- y educa al hombre sin fronteras o para que no las haya --pues tiene alas y aliento para arrancarse-- la ética comunitaria ahonda en nuestros sentimientos para sentir y consentir con los más próximos. La ética del cuidado repara en el mundo más cercano. Y si aquella, buscando la libertad del sujeto, puede andarse por las ramas hasta perderse por ellas sin dar ningún fruto, la del cuidado puede hundirse en las raíces para quedarse después de todo sin pies ni cabeza. Una y otra se necesitan, se complementan. Como la vela y el áncora para navegar.

Cuidar tiene la misma raíz que culto, cultura, cultivo, cultivar, criar y curar... Cuidar una planta es lo que hace el hortelano, cultivar trigo es lo que hace un labrador. El cultivo y la cultura de la tierra, no es lo mismo que fabricar un objeto. No es una técnica o no lo es, al menos, en el sentido fuerte de hacer algo sin ningún reparo, sin tener que secundar a la naturaleza, sin dar tiempo al tiempo y sin esperar a su tiempo la cosecha. El artesano y el obrero han de cuidarse acaso de no pillarse los dedos, y en otro sentido el empresario de no arruinarse.

Pero cuidar es más bien criar y ayudar a crecer a lo que nace. Es cuidarse de la vida. Y más que construir un mundo de la nada o donde no hay nada --o eso parece, como en Los Monegros a Gran Scala-- es mantener lo que hay y conservar lo que ha llegado a ser. Cuidar es cuidarse del mundo de la vida y de la vida en el mundo. Es sanar las heridas. Asistir al enfermo, al débil, hacerse cargo del que no puede con su carga: no para librarle de su responsabilidad sino para que pueda asumirla, es ayudar para que se ayude, o cuidarse para que se cuide.

Cuidar de la vida es cuidarse de la propia vida y dejar vivir. No es dejar que se pudran ahí o por ahí los que no pueden vivir: no es mantenerse en la distancia, es respetar. Y acercarse con respeto. La ética del cuidado es la ética de la atención, de la acogida, de la ternura, de la compasión... Es el colmo de la medida justa. Si la ética mínima y pública es la justicia: a todos igual sin acepción de personas, la ética del cuidado es la que repara en el débil y es el colmo de la justicia. No es una ética feminista, de género, ni aquella de la justicia es del género masculino. Ambas son, o deberían ser, del género humano. Como la cabeza y el corazón. ¿Acaso no tenemos todos lo uno y lo otro? Sí, y lo único que nos separa es para recordarnos que somos uno y que tenemos que unirnos para sobrevivir.

La ética del cuidado cuida del mundo de la vida, de la casa común: del tiesto de todas las flores, de la tierra habitada para que sea habitable, para que siga en buenas condiciones de habitabilidad, para que dure y se conserve lo que merece ser conservado, y de la vida que comienza con los que van llegando.

Filósofo