Por supuesto, al concejal delegado de Cultura de Madrid no le quedaba otro remedio que dimitir ipso facto. Algunos quisieron contrabalancear sus estúpidos y macabros tuits con otras salidas de tono llevadas a cabo por notorios conservadores, quienes tras la cagada se quedaron tan tranquilos. Pero ese no era el enfoque. Un tipo que escribe lo que Guillermo Zapata no tiene excusa ni contexto ni humor negro al que aferrarse. Aquellas bromas fueron y son absolutamente inaceptables. Ayer pidió perdón en términos adecuados, es cierto. Pero seguirá en el ayuntamiento. En su pellejo, yo me hubiera ido definitivamente.

Hay en la izquierda española (nueva o vieja, que el vicio traspasa las generaciones) algunas gentes proclives a lo que podríamos denominar energumenismo. Sufren un trastorno ético-estético que les impulsa al autoritarismo verbal, a la mala hostia, al batasunismo, a la bravata y la burricie. No entienden que una cosa es celebrar al margen del protocolo la elección de un alcalde o ignorar, en tanto que cargos públicos, las procesiones y ceremonias religiosas, y otra confundir la espontaneidad con la garrulería, y pretender emular la provocadora chulería de cierta derecha con una prepotencia simétrica.

Por fortuna, en esta nueva etapa los desbarres más notorios ya no podrán ser disimulados ni con el no pasa nada ni con el y tú más. La dimisión (o destitución) fulminante es la salida naturalmente democrática a las meteduras de pata. A los podemos, los comunes y similares, sus muchos electores no les juzgarán con ligereza sino con rigor. Por eso, al nuevo gobierno de Zaragoza, además de darle la enhorabuena, me permito aconsejarle inteligencia, buenas maneras, cero niñerías, respeto al vecindario, ojo con las subvenciones a las organizaciones y entidades amigas y mucho más ojo aún con la forma en que se concede suelo público a las cooperativas de viviendas también amigas. Porque van (vamos) a estar ojo avizor. Unos (como es fácil deducir) para sabotear su gestión; otros para recordarles (si falta hiciera) que ética y estética son (en la izquierda) imprescindibles.