Unos de los documentos más importantes del siglo XX fue el Informe elaborado en 1942 por Beveridge, sobre Seguridad Social y Servicios Afines, a instancias de las autoridades británicas, que recoge gran parte de las reflexiones y prácticas de las políticas de bienestar ensayadas hasta entonces. Beveridge, junto a las políticas de Bismarck medio siglo antes y las propuestas de Keynes., son la base del moderno Estado de bienestar. El significado del informe lo expresa Janet, su esposa: Tanto si les gusta como si no, tanto si se sienten contentos como apenados, significó la inauguración de una nueva relación entre los hombres en el seno del Estado, y del hombre con el Estado, no sólo en este país, sino en todo el mundo. La ética de la hermandad universal de los hombres fue entronizada aquí en un plan a llevar a cabo por cada individuo de la comunidad al servicio de si mismo y de sus compañeros.

En Gran Bretaña durante la primera guerra mundial el pueblo pensó que el planear la paz no era importante. Instaurada esta retornarían los buenos tiempos de la preguerra. Durante la segunda guerra esa perspectiva de alegría en la vuelta del pasado no existía, porque los tiempos precedentes no fueron buenos. Finalizada la guerra en 1945, se abrían nuevas y profundas trincheras en el interior para solucionar los problemas de la gente. La reconstrucción era compleja, y el Informe establecía entre sus principios que la Seguridad Social debía evitar la miseria, enfermedad, ignorancia, desamparo y desempleo. De ahí, en 1945 la Ley de subsidios familiares, la de la Seguridad Social en 1946, la de la asistencia social en el 1948, y el Servicio Nacional de Salud en 1946.

Resulta conveniente echar una mirada al pasado no tan lejano. Estas políticas de Gran Bretaña y en otros países tras la II Guerra Mundial fueron propiciadas por unos dirigentes impregnados de un conjunto de valores éticos, como la solidaridad, la justicia social, la empatía hacia los otros seres humanos. A los Juncker, Merkel, Rajoy, Hollande estos valores les resultan irrelevantes. Y así estamos donde estamos. Mas todo tiene un porqué. Según Tony Judt en su libro Algo va mal, durante 30 años hemos hecho una virtud de la búsqueda del beneficio material. Sabemos qué cuestan las cosas, pero no tenemos idea de lo que valen. Ya no nos preguntamos sobre un acto político: ¿es legítimo? ¿Es ecuánime? ¿Es justo? ¿Va a contribuir a mejorar la sociedad o el mundo? Estas solían ser las preguntas políticas, incluso si sus respuestas no eran fáciles. Tenemos que volver a aprender a plantearlas. El estilo materialista y egoísta de la vida contemporánea no es inherente a la condición humana. No podemos seguir viviendo así. La crisis de 2008 fue un aviso de que el capitalismo no regulado es el peor enemigo de sí mismo: más pronto o más tarde está abocado a ser presa de sus propios excesos y a volver a acudir al Estado para que lo rescate. Pero si todo lo que hacemos es recoger los pedazos y seguir como antes, como ha ocurrido, nos aguardan crisis mayores en los años venideros. Sin embargo, parecemos incapaces de imaginar alternativas. Esto también es algo nuevo. Judt es muy claro. Naturalmente que las hay.

Lo grave es que la socialdemocracia ha asumido que no las hay. Por ello, los partidos socialdemócratas hablan cada vez menos de socialismo. Incluso se avergüenzan de tal denominación. Sus dirigentes no deberían olvidar que el socialismo democrático es un movimiento, cuyos principios básicos son la libertad, la justicia social y la solidaridad, así como la democracia y los derechos humanos. La libertad individual y los derechos sociales básicos son condiciones necesarias de una existencia humana digna. Esos derechos no son intercambiables ni pueden ser contrapuestos. Defienden el derecho inalienable a la vida y a la integridad física, a la libertad de expresión y de conciencia, a la libertad de asociación y a la protección contra la tortura y cualquier trato degradante. Están comprometidos en superar el hambre y la necesidad, y en alcanzar una auténtica seguridad social y el derecho al trabajo. De acuerdo con estos principios a un dirigente socialdemócrata se le exige una práctica adecuada, no contradictoria. La gente quiere veracidad y coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Siempre que en el mundo haya desigualdad, injusticia y falta de libertad existirá algo (que Engels, llamaba un "principio energético") que hace que mucha gente se rebele contra la injusticia. Esa rebelión es socialismo. Por ello, a pesar de la interesada literatura sobre la "muerte de la socialdemocracia", sus principios se mantienen. Necesita una nueva cartografía, que sitúe claramente, en todo momento, dónde está, y a dónde quiere llegar. Unos mapas solventes y fiables, y que sean suyos, no los de sus adversarios. La socialdemocracia no los tiene. No tiene claro el sentido de lo que significaría su éxito político, si lo obtuviera; no tiene articulado un relato de una sociedad muy diferente de la actual. Al no tenerlo, ser socialdemócrata hoy no es más que un estado de protesta, tratando de contener, y con poca convicción, los ataques al Estado de bienestar. Los socialdemócratas no deben renunciar a la utopía ni a la ética de la hermandad universal. Al haber renunciado a ellas otros ocupan su lugar. Profesor de instituto