Hace un verano miles de personas se reunieron en La Romareda para saludar la vuelta a casa de Zapater y de Cani en una manifestación colectiva de euforia que soterró definitivamente aquel ignominioso partido de Palamós y restauró el estado de esperanza. Hace un año José Enrique firmó por el Real Zaragoza tras una notable carrera en la Premier y pronto fue considerado el mejor lateral izquierdo de la categoría. A estos tres futbolistas acompañaban otros: los goles de Ángel, el talento de Lanzarote, un Zamora de Segunda o la contundencia de Silva y Cabrera... Una temporada después ya sabemos en qué quedó todo aquello, aunque hubo un día en que esa plantilla también gozó de sus correspondientes parabienes.

Así es el fútbol en su estado más puro, capaz de recorrer el camino entre un grado máximo de desengaño y el de mayor ilusión en una decisión, en un chispazo o en un fichaje. Este verano con el Real Zaragoza está ocurriendo lo que siempre ha ocurrido en el fútbol. La indignación, el disgusto o el enojo por otra campaña desastrosa ha ido dejando paso poco a poco a otro escenario: un nuevo estado de optimismo contenido, una mejor perspectiva y un espacio para volver a recuperar la fe perdida.

La contratación de Borja Iglesias ha sido, por el momento, el punto álgido de un mercado en el que Lalo Arantegui se ha estrenado moviéndose con anticipación, mucha previsión y un alto grado de cariño y cercanía en las negociaciones con los futbolistas (de la mano con Natxo González). Así ha levantado un equipo al completo en un mes frenético con numerosas apuestas de secretario técnico de antaño. Papunashvili, Buff, Grippo, Alain... Este nuevo Real Zaragoza arranca hoy su camino. Y como a todo lo nuevo también le escolta el grado consiguiente de ilusión.