El pensador portugués Boaventura de Sousa Santos construye su interesantísima obra sobre la base de lo que denomina las "promesas incumplidas de la Modernidad", esas hermosas ideas de libertad, igualdad y fraternidad que sirvieron de expresión propagandística a la Revolución Francesa. Cuentan las crónicas que los ecos de esa revolución llegaron rápidamente a las colonias francesas de América y que los esclavos negros de Haití pensaron que había llegado el día de su liberación. Como los amos franceses no mostraran signo alguno de modificar el régimen de esclavitud, los negros se sublevaron y se enfrentaron al ejército francés. Este ejército se quedó petrificado al escuchar cuál era el canto guerrero de los negros haitianos: la Marsellesa. Pero lo que Francia propugnaba para sus continentales, no estaba dispuesta a concederlo a sus empobrecidos y esclavizados negros.

No cabe duda de que Europa ha sido cuna de civilización y cultura, pero también de una enorme soberbia que ha desembocado en un eurocentrismo teórico y práctico que ha desdeñado cualquier otra cultura que no tuviera su origen en la civilización europea, como denuncia Enrique Dussel. Desprecio por lo diferente, sobre todo si, además, es pobre. Así es posible explicar la inquina que Europa, sus poderes fácticos, manifiestan hacia lo que sucede en países como Venezuela o Bolivia. El hecho de que los empobrecidos y expoliados se hagan visibles incomoda a la rica Europa. Las cosas que se reprochan, falsamente, a estos países, son obviadas en casos como los de Arabia Saudí o Israel, países que aunque tienen las manos manchadas de sangre, están dirigidos por quienes deben dirigirlos No nos engañemos, el racismo se agudiza con la pobreza y se atempera con la riqueza.

Por eso, cuando miles de refugiados, que lo han perdido casi todo, acuden a esa Europa de la solidaridad y el humanismo, Europa olvida su propaganda y recurre a métodos repugnantes, impropios de países civilizados y democráticos. Por si no fuera poco la desesperación que ha obligados a estas personas a abandonar sus países en guerra, el cansancio, el frío, el hambre, por si no fuera poco la muerte en el Mar Egeo, cuna de nuestra civilización, ciertos países están requisando todo lo que de valor tienen estas personas. Lo siento, no puedo decirlo de otro modo: Europa roba a los emigrantes.

Países que habían sido referentes de Europa por sus políticas avanzadas y su estado de bienestar, como Dinamarca, Noruega, Alemania, se han lanzado a una política de expolio carente de sentido y justificación. Lo mismo que el islam radical cubre con un velo la cara de sus mujeres, el neoliberalismo cubre con un velo de ignominia todo aquello que toca. Algún día seremos capaces de analizar el tremendo daño que el neoliberalismo, con su carga de egoísmo, individualismo, competitividad, está produciendo en nuestras sociedades. El neoliberalismo ha instalado en nuestras conciencias la desconfianza hacia los demás y está consiguiendo extirpar de las mismas cualquier huella de solidaridad, de piedad, de empatía. Todo lo contrario, por otro lado, de ese cristianismo que, curiosamente, muchos neoliberales como Aznar o Merkel, defienden como fundamento moral de Europa. Su cristianismo, que nada tiene que ver con el de Francisco, un Papa que viene del Sur, no es sino una huella más de ese eurocentrismo racista que nos atosiga.

¿Esto es Europa? Si lo es, no es la mía. Esta Europa de los ricos, que humilla a los griegos, por pobres con dignidad, que maltrata a los emigrantes, por pobres inoportunos, no es, desde luego la que algunos soñábamos. Europa está profundamente enferma y empeora a ojos vista. Su bello rostro, que eso quiere decir etimológicamente Europa, la niña raptada por Zeus, se afila y endurece. Europa, mucho cuidado, va adquiriendo los cancerígenos rasgos del fascismo.

Profesor de Filosofía. Universidad de Zaragoza