Todos los fanáticos de Stefan Zweig hemos ido a ver la película que actualmente se proyecta sobre su vida en Europa y su muerte en Petrópolis. Lo mejor que puede decirse a favor de nuestra incondicional veneración es que, una vez encendidas las luces de la sala, dicha devoción se mantiene incólume.

El guión, escrito por una mano que más adormece al espectador que a la cuna del personaje tiene algún vislumbre o inspiración cuando Zweig, el actor que lo interpreta, cuyo nombre he olvidado, habla de Europa. Porque estamos sin duda ante uno de los grandes genios literarios que mejor han comprendido la historia, el devenir y porvenir europeo. Muchas de las biografías y ensayos de Zweig, como las que dedicó a Erasmo de Rotterdam o a Fouché, bucean en la urdimbre intelectual y espiritual que nos es afecta a quienes hemos compartido una misma historia desde los tiempos del Renacimiento.

En buena parte, la depresión de Zweig en su exilio de Brasil vino causada por las atrocidades de los nazis, que le obligaron a abandonar Austria, y por la terrible confusión en que se estaba hundiendo el continente europeo, no sólo por los obuses y llamaradas de la guerra, también por la caída de sus mejores ideas y propósitos, por la inmolación de sus intelectuales y de su juventud, por el peligroso acercamiento a las ideas radicales que desde siempre, a pachas con las dictaduras teocráticas, se habían combatido en nuestras repúblicas y reinos liberales, cuando los hubo.

Hoy, casi cien años después, Europa vuelve a asomarse al precipicio. Muchos millones de europeos, holandeses, británicos, franceses, no ven con malos ojos que personajes como Wilders o Le Pen vayan proclamando sus soflamas y consignas antidemocráticas contra emigrantes, comunistas, antipatriotas, europeístas, homosexuales, gitanos, islamistas, negros y todo aquel que profese fe o forme aparte. Esa tendencia electoral a aceptar la exclusión y el odio, la diferencia, el privilegio, la marginación, está creciendo como falsa respuesta a problemas endémicos de convivencia y nivel económico. El supremacismo, la grandeza, el fascismo se abren paso de nuevo a caballo de la corrupción e inoperancia de democracias occidentales mal dirigidas.

Pero no hay que dejarse engañar. Para ello, nada mejor que leer o releer a Stefan Zweig.