Haciendo honor al europeísmo con el que ganó las elecciones en Francia, frente al populismo antieuropeo, el presidente Emmanuel Macron presentó este martes sus proyectos para Europa en el Parlamento de Estrasburgo. Las ideas son dignas de apoyo, otra cosa serán sus resultados prácticos, ya que Macron se encuentra con la oposición de Alemania y de una lista de países nórdicos encabezados por Holanda, que superan incluso a Berlín en su rechazo a las innovaciones que propone Francia, como un presupuesto específico para la zona euro, un ministro europeo del Tesoro o la transformación del mecanismo de rescate en una especie de Fondo Monetario Europeo. Otra de las propuestas iniciales de Macron, un Parlamento para la zona euro, ha sido ya prácticamente abandonada.

Se diría que el impulso reformista ha cambiado de bando y si hasta hace poco Alemania topaba con las reticencias de París, sobre todo al ceder soberanía a una Europa federal, ahora es Francia la que está dispuesta a avanzar hacia una mayor soberanía europea, como una forma de combatir los nacionalismos egoístas y los populismos. Macron y Merkel se entrevistarán en Berlín el jueves para adoptar una posición común, pero las esperanzas son escasas. Alemania, tras varios meses sin Gobierno, no parece priorizar ahora el proyecto europeo y la decepción ante los primeros pasos de la renovada gran coalición es patente. El peligro de que en Italia se forme un Gobierno populista tampoco contribuye a abordar reformas.

Macron quiere una Europa de dos velocidades, una Europa protectora que escuche «la cólera de los pueblos» y que haga frente al avance del populismo. «Ante el autoritarismo que nos rodea, la respuesta no es la democracia autoritaria, sino la autoridad de la democracia», dijo en una de esas frases redondas que tanto cultivan los franceses. Pero, por el momento, solo son palabras. Aunque si se concretara una sola de sus propuestas podríamos ya darnos por satisfechos.

Se trata de implantar un sistema de asilo común que acabe con el acuerdo de Dublín que penaliza al primer país que recibe a un inmigrante y de crear un programa para financiar a las colectividades locales que acojan refugiados. Esta reforma serviría al menos para tapar, aunque sea con retraso, la vergüenza con que se comportó Europa en la crisis de los refugiados de hace dos años.