La Europa que hoy agoniza se ha construido en los últimos 60 años sobre tres elementos: la democracia liberal representativa, el Estado de Bienestar y la paz dentro de sus fronteras. Los tres se visibilizan en la práctica totalidad de tratados y textos fundamentales que han ido dibujando lo que hoy conocemos como Unión Europea. Y los tres han caído y Europa ha emprendido una transición que ya se deja sentir en los parlamentos nacionales.

La democracia liberal representativa ha sido común al conjunto de estados miembros, al menos desde el punto de vista formal, pero sus carencias han cristalizado en la manifiesta ruptura de confianza entre los representantes y los representados que se grita simultáneamente desde la plaza Syntagma en Atenas, la Piazza de la Santa Croce de Florencia, la mítica plaza de la Bastilla y por supuesto, desde las principales ciudades españolas bajo el paraguas del 15-M. El "no nos representan" anunció el fin de una época y el inicio de una transición. Había quedado claro que la democracia liberal representativa carecía de instrumentos para hacer frente a la ofensiva lanzada por los intereses especulativos de la economía de casino.

El Estado Social y el Estado del Bienestar, que han sido la pieza clave del desarrollo económico europeo durante 50 años, han sido aniquilados por el credo neoliberal y con él la prosperidad, el liderazgo internacional y, lo que es más grave, la apuesta por la equidad. La Europa de las libertades que basaba su progreso en un pacto social de bienestar común se ha convertido en territorio del sálvese quien pueda, consumando una trayectoria ya iniciada por Thatcher y perfeccionada hoy por Merkel. El resultado se puede observar en el incremento de 3,5 puntos en el índice de Gini --medidor de la desigualdad-- para la media de la Unión Europea entre 2001 y 2012.

Finalmente, respecto a los 70 años de paz, no se puede dejar de señalar que muy probablemente no hubieran sido posibles sin la apuesta por un proceso de construcción europea, pero el fracaso se hizo evidente ya en los Balcanes en los años 90 dejando una herida que sigue sangrando por las fronteras kosovares, y actualmente se muestra impasible en Ucrania, donde protagonizamos apabilados una cadena de errores que desvelan la incapacidad para analizar y actuar en la nueva geopolítica mundial. 5.000 víctimas y un millón de desplazados dan buena cuenta de ello.

CUESTIONADA en sus elementos fundamentales Europa inició una transición hace ya un lustro que hoy empieza a tener su reflejo institucional en muchos de los estados miembros. Se están quebrando los repartos de poder de las últimas décadas para dar lugar a un fenómeno típico de todas las transiciones en los sistemas democráticos: la aparición de nuevas opciones políticas y su reflejo en una mayor fragmentación del voto. Así ha pasado en Grecia, que pasa de cinco partidos con representación parlamentaria en 2009 a siete, en 2012 y 2015; en Italia, donde obtienen representación diez fuerzas en 2013 frente a las nueve de 2008; e incluso en la clásicamente bipartidista Inglaterra, con un conocido sistema mayoritario, donde las encuestas nos dicen que se sentarán en el parlamento hasta seis formaciones políticas con la entrada en escena de los populistas de UKIP, los nacionalistas escoceses del SNP y los Verdes. Y en España, ¿será capaz nuestro sistema electoral de circunscripción provincial de reflejar lo que la demoscopia avanza con porcentajes de tres partidos rondando entre el 22 y el 27%? Esta es una de las incógnitas.

En este nuevo mapa, más plural y notablemente más complejo, uno de las fronteras que se dibujan dividen a la vieja política de la nueva. Salta a la vista que las formas de actuar --o de no hacerlo-- de esta vieja política están en la base de muchos de los problemas que han provocado esta ruptura de legitimidad y han iniciado esta transición. Pero si la nueva política quiere hacer frente a los desafíos que tiene pendientes tendrá que ofrecer una nueva narrativa no solo en las formas, sino también en el fondo. El voto de confianza que produce la novedad, como el que produce la juventud, tienen una característica: que se acaba enseguida. Aunque con notables diferencias entre ellos, el movimiento cinco estrellas en Italia, la Syriza griega y el Podemos español tienen en común en su discurso la voluntad de cambiar las preguntas. Ahora bien, ¿sabemos cuáles son las nuevas preguntas? ¿Resulta más emancipador hablar de los de arriba y los de abajo que de la derecha y la izquierda? ¿Se trata de un regreso al futuro recuperando las bases de la vieja socialdemocracia o de un cambio de paradigma en construcción?

Sin duda, atravesamos tiempos apasionantes donde lo nuevo puede reinventar la manera en que vivimos con auténtica vocación transformadora aprendiendo de todo lo bueno que hemos sido capaces de construir como sociedad. Pero para ello será imprescindible desechar cualquier tentación de subir a los altares todo aquello que parezca nuevo por el mero hecho de serlo. El mejor favor que podemos hacerle a la nueva política es construir una nueva sociedad dotada de una generosa, inteligente, constructiva y cómplice capacidad crítica. Politóloga