Es posible que en España haya Gobierno, no digo que no, pero no se nota. Ese pacífico e indolente transcurrir de Mariano Rajoy y sus ministros por la vida pública sólo destaca como el mal menor cuando el resto de los partidos tampoco hace nada (la mitad de las veces) o lo hace rematadamente mal (la otra mitad). Únicamente de este modo sería posible explicar lo que está pasando.

Intentar explicar, por ejemplo, cómo es posible que un simple presidente autonómico, tan simple como Carles Puigdemont, política e intelectualmente --siendo cariñosos--, de perfil medio bajo, vaya por medio mundo poniendo a parir a la madre España, clamando no tener otro padre que el patrón Europa (que lo rechaza y bastardea) y exigiendo la independencia ante organismos internacionales atónitos de que el Gobierno español --¿hay alguien?--permita al lunático evangelista catalán alucinar en público tergiversando la historia y la realidad. Apariciones de Puigdemont en televisiones como Al Jazzeera deberían ser objeto de análisis fiscal, por si hay, además de falta de educación, de oportunidad, de estilo y clase, delito contra las leyes españolas o la Marca España.

El Tribunal Constitucional, que debe jurídicamente lidiar, a la vista de las permanentes vacaciones de Rajoy, con el golpe parlamentario y los fraudulentos presupuestos de la Generalitat, que incluyen la celebración de un referéndum ilegal y anticonstitucional, está a punto de suspenser de facto la autonomía catalana.

Sería hora, mejor antes que tarde. Porque no puede ser que Puigdemont y su ministro de Exteriores, Romeva, más los inhabilitados Mas y Homs, más el procesado mesías de la masía, Jordi Pujol, más doña currutaca, la presidenta del Parlament, Carmen Forcadell, no cesen de sembrar animadversión y rencor, cuando no, directamente, el odio contra un Estado autonómico español que los ha provisto de canales, autopistas, aeropuertos y puertos, y que no sólo no los rechaza, sino que hace constantes esfuerzos por integrarlos en el máximo nivel autonómico posible. Pero Puigdemont no se sienta con los presidentes autonómicos ni devuelve los Bienes a Aragón. Se atrincará, eso sí, los 4.200 millones con que el pasivo Rajoy intenta parar su actividad seccionista, amenazando encima con una revuelta.

Todo muy triste y mediocre, y cada vez más negro.