La canonización de los papas Juan XXIII y Juan Pablo II por el Papa Francisco ha sido lo que se dice hoy un "evento" para todo el mundo. Suponiendo que se quiso predicar así el Evangelio a cuantos querían saber todavía de qué va la cosa que comenzó en Galilea y que canonizar a un santo no es conceder una medalla a título póstumo a ningún personaje que lo merezca para la institución de la Iglesia, dicho evento parece si no contradictorio al menos confuso e inconveniente.

Aunque se ha dicho que "Jesús anunció el Reinado de Dios y lo que vino después fue la Iglesia", la misión de la Iglesia no es predicarse a sí misma sino anunciar el Reinado de Dios. "¡Y ay de ella si no evangelizare!", como diría el Apóstol. El mismo que dijo también que los cristianos "llevan el Evangelio como un tesoro en vasijas de barro". ¿No sería preferible entonces ofrecer ese tesoro sencillamente, humildemente y darlo gratis como se da un vaso de agua?

Sin embargo, el Maestro, que envió a sus discípulos a predicar a todas las naciones, les dijo: "Lo que yo os digo en secreto decidlo vosotros a la luz del día y lo que os susurro al oído predicadlo desde las azoteas" ¿Cabe pensar entonces que predicar hoy desde las azoteas es hacerlo por televisión, e ir a evangelizar a todo el mundo es ir volando como los "vips"? No lo creo si bien se entiende lo que añadió Jesús: "No tengáis miedo a los que solo pueden matar el cuerpo" (Mt.10,27 s.) El Maestro quiso que sus discípulos anunciaran en público el Evangelio con la palabra y , si es preciso, contra el poder; pero no dando golpes desde el poder y ni siquiera dando el espectáculo desde lo alto. Porque a los pobres, y ellos son la prioridad de Jesús, se les evangeliza mejor desde abajo y se llega antes a pie. Por eso Cristo no se presentó como lo esperaban los judíos, y fue en la cruz donde subió más alto.

El Papa Francisco dijo que Juan XXIII y Juan Pablo II "fueron dos hombres valerosos, llenos de la parresía del Espíritu Santo, que dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bondad de Dios, de su misericordia". Y el presidente Obama, refiriéndose a Juan Pablo II, ha subrayado que "contribuyó a poner fin al comunismo en Europa Oriental". No seré yo quien contradiga al primero y reste importancia a lo que dice el segundo. Pero sí uno más que se pregunta si evangelizar es hacer política, propaganda, publicidad o crear eventos de "no te lo pierdas". ¿Son esos los milagros que el mundo necesita, y consiste en eso la misión de una Iglesia que no se malentienda como una institución de este mundo?

A la Iglesia le queda la palabra, la vida y el camino de Jesús. Que Francisco me perdone, pero disiento en el evento preestablecido que se venía venir. La inercia del pasado no debería producir un escándalo, una piedra de tropezar --que no es el caso--, ni introducir tan siquiera un un escrúpulo --un garbanzo-- en las sandalias del Pescador. Estoy convencido de que el poder, cualquier poder, es un flaco servicio al Evangelio y a la palabra incluso. Hablar desde el poder es negociar, y eso es entrar en el mercado y por ese camino acabar en la barbarie. Más que un pedestal o una montaña, el poder es una cueva y un apagón de la luz que el mundo necesita: es el ocaso.

También estoy convencido de que del dicho al hecho hay un gran trecho y que solo se camina con un pie en el suelo y otro en el aire: paso a paso. Razón de más para desembarazarse del poder, si es una carga.

Advierto una diferencia entre los dos nuevos santos. No es nada personal, de las personas solo Dios juzga el corazón que es lo que importa. Y Dios es misericordioso, la Iglesia menos --por supuesto-- y su justicia es aún de este mundo. No voy a juzgar, Dios me libre. Y comparto al respecto lo que ya dijo en su día el cardenal Martini.

Pero viendo las cosas como se ven desde abajo, un santo representa lo que fue después de Cristo y otro, Juan, se parece más al Señor que está por ver y por venir. Si uno es la cara el otro es la cruz, si uno representó algo en la escena del mundo y tuvo un público, el otro fue un hombre bueno y más sencillo: un compañero más cercano. No quisiera recordar a Juan XXIII con la tiara en la cabeza. Es una imagen que no debería volver. Y el INRI que no se merece. Filósofo