Tratar de acercarse a cualquier verdad es un trabajo pesado; el matiz sobre casi toda controversia que valga la pena, tan necesario, es laborioso, desconcertante, contradictorio a veces y hasta paradójico; tal vez por eso cualquier verdad acostumbra a afirmarse en voz no demasiado alta, por si en la conclusión acaso algo se escapa después de todo; y hasta se diría que es más prudente, casi siempre, declarar cualquier verdad como provisional. Sin embargo, la ignorancia permite un caminar más ligero y sosegado. Con la ignorancia, la mentira o la simple propaganda puede uno lanzarse a todo tipo de pronunciamientos sobre casi todo lo divino y lo humano, y desde luego, si uno se conforma o se apresura sin mirar a los lados, puede presentar una opinión para cualquier cosa que se le ponga por delante.

Es costumbre en el periodismo de inmediatez, ese que intenta reflejar tal cual lo que sucede en la calle, por ejemplo, poner el micro ante la boca de cualquier viandante, a propósito de éste o aquél suceso. Como lo es también recurrir a una encuesta apresurada sobre cualquier asunto. Unos cientos o pocos miles de opinadores esforzados son tomados como síntoma o medida de algún asunto controvertido; luego es publicado, con lo que es de suponer que en alguna medida ratifica lo que los receptores del ese perrito caliente sociológico ya venían pensado. Ya se sabe que cada cual cree solo lo que ya estaba dispuesto a creer de antemano, todo aquello que le permite pensar lo que ya pensaba y evitar la trabajosa monserga de la duda.

De vez en cuando, sin embargo, salta de la costumbre al escándalo una cualquiera de estas estupideces, generalmente porque roza alguna sensibilidad especialmente ya alertada. Es el caso del lío surgido en la televisión pública vasca: un programa de humor hace opinar a un grupo de especímenes de inteligencia tirando a justita, elegidos al tuntún de entre la selecta nómina que ofrecen juntos y sumados todos los vascos y las vascas.

Pues he aquí que este grupo, entre risas y ocurrencias, dan un repaso a algunos de los tópicos que atesoramos los españoles con la frescura y desparpajo con la que todas las tribus se pronuncian sobre las vecinas; y lo hacen como si las ocurrencias fueran fruto de su cerebro, ni siquiera parecen darse cuenta de que están recitando el catálogo de lugares comunes que mastica la burricie común de cualquier lugar cuando se pone a opinar sobre todos los españoles, andaluces, franceses, catalanes, ingleses, alemanes, italianos, y sí, seguro que hasta de los vascos.

Mire usted que es fácil contestar: no los conozco a todos, así que no puedo opinar; como creo recordar que dijo atinadamente alguien en alguna ocasión. Pero no, los vacos y las vascas de este grupo de cráneos privilegiados se lanzaron a bulto en plena charca, a hozar en su propia estulticia; y de ese modo casi acaban retratados efectivamente, con su puntillita de racismo, su pizquita de xenofobia y su inesperado homenaje al descerebrado aquél que pretendió iluminar el camino del pueblo elegido: el inefable Sabino, acreditado y preclaro lider de la raza vasca auténtica, al que no sé si siguen aún rindiendo honores, que a ratos parece que sí; a saber.

Y claro, ante tamaña ofensa -y como no podía ser menos, que se dice ahora- se han despertado en esta orilla los Cides Campeadores del imperio -dormidos, pero no muertos ¡ay!- en otros tantos orgullosos pechos españoles; y en lugar de mirar a esta pandilla de cretinos y cretinas vascos y vascas como merecen ser mirados (como un síntoma más de la papilla doctrinaria que por tierra mar y aire expelen los canales de autoafirmación nacional de cada tribu, para alimento de mentes poco vigorosas) se han puesto a invocar los sagrados principios imperiales, con lo que la juerga parece ir en aumento.

Porque a ver; no hace falta esfuerzo para demostrar que españoles catetos, los hay; y Chonis, y casi de todo lo que puede dar la naturaleza humana. Pero eso le pasa a la gente en tanto que gente, no en tanto que españoles, italianos, franceses, etc.

Y lo del gusto de cada quién por himnos y pendones, y sobre su estética más o menos lograda, ya se sabe que no hay bandera que pueda pasar por obra de arte para museo, que son otros los valores que suelen atribuirse a tales signos; y hay quien los siente con más calor y hay quien los ve con menos alboroto cardiovascular; tal vez porque en demasiadas ocasiones han servido, los himnos, como banda sonora original para masacrarnos por millones; y las banderas para túnicas de sinvergüenzas y hasta de criminales que en la historia han sido, y a los que les venía de perlas envolverse en gloriosas telas de sagrados colores - todos ellos bien rellenos de patriotismo, que no se diga. O sea, que de este resumido grupo de resumidos vascos y vascas igual de resumidas, podríamos decir piadosamente que nos parecen un tanto simples y escasamente dotados de luces intelectuales, a juzgar por lo chato de sus opiniones; pero sólo por simples gilipollas, que no por vascos ni por vascas - los hay bien majos y las hay bien majas y seguro que hasta son más, porque gentes decentes, buenas, inteligentes y generosas viven en todas partes, como también en esa hermosa tierra, que me ha parecido verlos. Amén. H *Autor y director teatral