Nacemos para ganar y construir un Gobierno de los ciudadanos" dijo un líder de los nuevos, dando la impresión de que "los suyos pretendían hacer algo que nunca se hubiera hecho ni intentado antes, salvo en circunstancias casi irrelevantes aunque quieran presentarse ahora como originales.

Jünger metiéndose en política, sostenía que en campo tan sensible, la vía progresiva y la conservadora eran los únicos sistemas de los que, exceptuando lo aleatorio, el género humano puede aguardar mejoras. El orden nuevo, soñaba Jünger, ha de asemejarse a un reloj- en el que la rueda principal de la centralización, mueva las pequeñas ruedas de la descentralización en asuntos particularizables sin ocasionar daño. La innovación residiría en que las fuerzas conservadoras, no trabajen ya como un freno sino como un resorte y las progresistas sin prometer lo imposible.

Refiriéndose a lo que representa el mando en la política, se lee aquello de Cervantes "-comeros heis las manos tras el gobierno, por ser dulcísima cosa el mandar y- ser obedecido". La cuestión consiste ahora, en que el poder público tiende a no admitir límites, esté en una sola mano o en

las de todos; lo advertía Ortega: "sería pues, el más inocente error, creer que a fuerza de democracia, esquivaríamos el absolutismo".

Y añadía: "hay que andar en eso con sumo cuidado, porque un poder electivo que no esté sometido a un poder judicial, tarde o temprano,"escapa a todo control o es destruido".

Y Alexis de Tocqueville confesaba algo aún más contundente: "no veo a nadie sino a Dios que pueda sin peligro, ser todo poderoso, porque su sabiduría y su justicia, igualan siempre a su poder-" Así, añade Tocqueville, cuando veo conceder el derecho y la facultad de hacerlo todo, a un poder cualquiera, llámese pueblo o rey, democracia o aristocracia, ya se ejerza en una monarquía o en una república, digo que veo el germen de la tiranía-"

Cabe asegurar sin más que abrir los ojos, que la vocación política existe y que desde luego, esa inclinación hacia la res pública es tan frecuente en el ser humano como diversa en las aplicaciones a través de las cuáles venga a manifestarse aquella; tuve un gran amigo que tenía su vida bien resuelta profesionalmente y que "entró" en política de modo voluntario y cuando le cesaron por el cambio de ministro, se sintió frustrado y no sabía qué hacer con su tiempo y con sus ilusiones políticas.

Su mujer no veía el modo de reanimarle y aprovechando un viaje mío a Madrid, cenamos juntos con el propósito de alentarle pero todo fue inútil. Hasta el postre estuvi-

mos hablando sobre lo que significaba intervenir en política cotidianamente, muchas veces con resultados negativos y hasta intenté un camino algo distinto, recordándole que la importancia de "estar en política" no consistía en pasarse la vida de poltrona en poltrona, que era indispensable aceptar los ceses sin entenderlos como sanción alguna, siempre que no se produjera por causa infame en la que mi amigo nunca incurrió.

Era poco paciente, una característica del tipo de político que representaba y también por eso, se sentía incómodo en aquella situación de "paro político"; haciendo un esfuerzo, apelé a la conveniencia de saber esperar y hasta le recordé unos versos de Antonio Machado al que los dos admirábamos mucho: "sabe esperar, aguarda que la marea fluya/así en la costa un barco sin que el partir te inquiete./Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya/porque la vida es larga y el arte es un juguete/y si la vida es corta/y no llega la mar a tu galera/aguarda sin partir y siempre espera /que el arte es largo y además, no importa". Allí acabaron mis inútiles esfuerzos que él no veía esperanzadores y sólo me respondió esto: "tienes alguna razón pero no comprendes que llevo en el paro político, nada menos que seis meses". Telón rápido aunque terminó haciendo carrera.

Mi amigo volvió a la política activa como subsecretario; la vocación política limpia y clara no la podía resistir ni tenía por qué hacerlo.