Los cuatro principales sospechosos del intento fallido de atentar de nuevo en la red de transporte público de Londres, el pasado 21 de julio, están detenidos. Tres, en la misma capital británica, y otro, en Roma. La investigación policial, la mayor emprendida jamás por las fuerzas policiales británicas, ha logrado detener además a otras personas posiblemente vinculadas al atentado del 7-J, que causó 56 muertos.

Es un alivio para los londinenses y refuerza la confianza de los investigadores, pero la amenaza no ha acabado. Las autoridades han advertido de que sigue latente el riesgo de un nuevo ataque. Y, además, la detención en Roma ha puesto en evidencia la permeabilidad de los controles que siguieron al atentado: uno de los arrestados huyó en el tren Eurostar que enlaza las islas y el continente. El fiasco del filtro fronterizo preocupa, pero la libertad de movimientos en las fronteras europeas no debería acabar siendo otra víctima más de los atentados.

Por lo demás, la espectacular operación del viernes, sin derramamiento de sangre, es la prueba de que es posible actuar eficazmente sin recurrir a la ejecución extrajudicial del tirar a matar por una simple sospecha.