La figura de Guardiola como entrenador no admite discusión si se juzga desde un criterio estrictamente profesional, sin mezclar otro tipo de asuntos. El entrenador del Manchester City y autor intelectual del Barça del sextete, un equipo que jugaba al fútbol como los ángeles, tiene en muy buena consideración a Natxo González. Todo nació entre ellos hace diez años en el fútbol catalán cuando el técnico del Zaragoza triunfaba en el Sant Andreu y Pep empezaba a moldear su figura colosal en el filial del Barcelona. En sus enfrentamientos particulares se gestó una admiración mutua a pesar de que el camino del éxito les distanció.

Guardiola ha universalizado un estilo inconfundible, desarrollado a través de la posesión del balón, el pase y el estudio milimétrico del juego posicional y la ocupación de los espacios, fundamental en la fase ofensiva del juego y a la hora de recuperar el balón rápido y en zonas críticas para el rival. Desde su llegada a la ciudad, a pequeña escala, Natxo también ha intentado construir un Zaragoza rico posicionalmente y que creciera desde la pelota.

Le ha costado mucho y con muchos disgustos. Hasta que en el 2018, como por arte de magia, todo ha cambiado, precisamente a partir de aquella idea original, el juego con el balón con Eguaras como eje principal, una buena ocupación del campo con el rombo en el medio y una puesta en escena con un fútbol más vertical y ofensivo que en la primera vuelta. Con una racha como la actual todos los indicadores son mejores (también los goles recibidos, a pesar de que defensivamente ha habido problemas serios ocultados detrás de las actuaciones gigantes de Cristian), pero la fabulosa recuperación del Zaragoza se ha basado sobre todo, además de en la confianza que dan las victorias y la madurez del grupo, en el enorme caudal de ataque que el equipo lleva produciendo en el último mes.