Hace unos meses, exejecutivos e exinversores de Facebook criticaron con extrema dureza la red social porque «explota la vulnerabilidad en la psicología humana» o, como afirmó Chamath Palihapitiya, exvicepresidente, porque «está destruyendo la forma en que funciona la sociedad». No fueron acusaciones menores, iban a la esencia misma de un gigante que, según ellos, «amenaza la salud pública y la democracia». Ahora, aquellos comentarios genéricos se han concretado. La consultoría política Cambridge Analytics -fundada por Steve Bannon, asesor de Trump y uno de los cerebros de la nueva extrema derecha supremacista, y por el millonario y amigo del presidente Robert Mercer- se hizo de forma irregular en el 2014 con los datos de 50 millones de estadounidenses, con el afán de elaborar patrones de conducta e influir y manipular a los votantes en las presidenciales del 2016. El escándalo es mayúsculo porque la información partió de un supuesto proyecto académico que derivó, sin que Facebook aplicara suficientes mecanismos de protección, hacia una fenomenal arma estratégica. La caída del 7% en bolsa puede ser solo un avance de lo que le espera a la compañía de Mark Zuckerberg: investigaciones del Congreso, posibles multas, tormenta mediática y, especialmente, la consolidación de la idea de que Facebook es un peligroso Frankenstein difícil de dominar.