La espeluznante pesadilla del Airbus de la compañía Germanwings que se estrelló el pasado martes en los Alpes con 150 pasajeros a bordo avanza entre el dolor por la pérdida de tantas vidas humanas y el estupor que día a día está revelando la diligente investigación de la tragedia. Mientras todas las pesquisas iniciales apuntaban hacia la posibilidad de un fallo técnico del avión antes que a un error humano, las revelaciones de la única caja negra recuperada vinieron a dar un sorprendente golpe de efecto: el aparato se había estrellado por una decisión deliberada del copiloto, Andreas Lubitz, que se parapetó solo en la cabina de la nave. La perplejidad de tal información obligó a los investigadores a dar un giro radical a su trabajo para tratar de dibujar el retrato psicológico del presunto piloto kamikaze. La incógnita tecnológica dejó paso al factor humano y el asombro aumentó al conocerse el historial de problemas mentales del copiloto, que tuvieron continuidad desde su periodo de formación hasta hace escasamente 15 días cuando acudió a una consulta médica para una "clarificación" de un diagnóstico anterior. El registro de su vivienda ha añadido aún más desconcierto: documentos facultativos encontrados desvelan que Lubitz estaba en tratamiento y que incluso tenía un parte de baja laboral --hallado roto a pedazos--- para el mismo día del accidente y lo ocultó a la aerolínea.

CAMBIOS DE PROTOCOLOS

Poco consuelo significará para las familias de las víctimas conocer que sus allegados perdieron la vida por la acción de una mente deteriorada. Sin embargo, en la aviación civil ya nada será igual que antes de este fatídico 24 de marzo. Las compañías anuncian ya la estricta obligación de lo que antes solo era una potestad: en las cabinas de los aviones deberá haber siempre dos personas. El fracaso de los protocolos sobre exámenes psicológicos de los pilotos también requerirá una profunda revisión por parte de unas empresas que resultan responsables penales y morales de los posibles siniestros provocados por el desequilibrio de un copiloto. Con todo, que el perfil psicológico de Andreas Lubitz ofreciera notables lagunas tampoco significa que cualquier cuadro de depresión humana sea susceptible de desembocar en dramas de estas magnitudes. Los laberintos de la mente humana son profundos y oscuros. Y nunca hay dos iguales.