Para que una operación de ayuda humanitaria tras una catástrofe llegue a los damnificados se necesitan dos supuestos: fondos suficientes y que lleguen a destino sin perderse por oscuros vericuetos. En Nepal hay riesgo de que no se dé ninguno de ellos. Se calcula que son necesarios al menos 5.600 millones de euros para ayuda de emergencia y de reconstrucción, mientras la corrupción y el mal gobierno lo sitúan en el puesto 126° de 157 países en la clasificación de Transparencia Internacional. La ONU pidió 373 millones de euros para paliar la asistencia más urgente y solo ha conseguido el 39%.

Aunque hay excepciones, muchos gobiernos, entre ellos el de España y los de las autonomías, están respondiendo con una cicatería indigna pero acorde con la falta de generosidad en todos los ámbitos humanitarios (los refugiados, por ejemplo). Las oenegés palían la ausencia de fondos. Una vez más la sociedad es mucho más solidaria que sus gobernantes, que en estos años de crisis justifican la falta de compromiso social en la necesidad de rebajar el déficit. Solo hay que atender a las cifras de ayudas que se han generado en un ámbito u otro. Mientras una ONG como Intermón Oxfam ha conseguido recaudar para Nepal dos millones de euros, el Gobierno español se ha despachado con una ayuda que no llega a los 300.000 euros.

A estas reacciones justificativas de los gobienos, pura excusa en países con dificultades económicas coyunturales, pero con capacidad para atender las emergencias en distintas zonas del mundo, hay que sumar que en cuanto se apagan los focos informativos de la sorpresa, decae el seguimiento de las necesidades que siguen presentes allí donde se desató la catástrofe. Apenas tres semanas después del seísmo las ayudas da la impresión que han dejado de fluir. Pero la situación continúa con la misma gravedad y con el agravante de transformarse en habitual lo que se consideraba provisional.

Es verdad que la acumulación de crisis en el mundo causa la llamada fatiga del donante, pero no se puede dejar a su suerte un país al que le falta casi todo. En esta fatiga del donante juega un papel destacado la falta de control sobre el destino de las donaciones, pero ello no debe ser obstáculo para la ayuda. Por el contrario, hay que exigir al Gobierno nepalí el control estricto de los fondos y la publicación de cómo se usan.