Este artículo se iba a titular Feliz normalidad y trataba de la vuelta al trabajo y al cole, de los madrugones, los platos hipocalóricos y la cálida rutina diaria. En fin, los mimbres de la vida, que tras los extenuantes días navideños tanto deseamos retomar, aunque sea para ponerlos en peligro. Ojo: enero es el mes con más infidelidades del año, además de con más altas en las páginas de contactos y, según parece, todo eso es también consecuencia de los excesos navideños, como lo son las dietas o las rebajas. De todo ello pensaba escribir hoy cuando apareció mi hijo de 15 años, adicto al cine, y me enseñó un corto de Steve Cutts.

Por si les ocurre lo que a mí y no saben de quién les hablo, es un ilustrador, animador y creativo inglés que, después de trabajar durante años en una importante agencia de publicidad, se estableció por su cuenta. Desde entonces se dedica a denunciar, según él, «las más oscuras verdades del mundo en que nos toca vivir» a través de obras gráficas y cortos de animación llenos de lucidez y humor negro.

Era esperable que tarde o temprano acabara colaborando con otros disidentes lúcidos y cabreados como él, como el compositor estadounidense Moby o Matt Groening, el creador de Los Simpson. El corto se titula Happiness. En cuatro minutos y medio muestra una sociedad habitada por ratas y superpoblada donde la felicidad se ofrece en cada esquina de mil formas distintas para al final revelarse como inalcanzable.

Nos muestra unos individuos preocupados solo por tener cosas que no necesitan, a los que es fácil conducir y manejar, en especial cuando se frustran. Remite a las tesis sobre las que EEUU edificó el imperio de la publicidad a gran escala, basándose en la propaganda bélica de la I Guerra Mundial: convertir una cultura de las necesidades en otra de los deseos resulta muy beneficioso para las clases privilegiadas. Engorda las cuentas, la deuda, la autosatisfacción y permite a los dirigentes hacer lo que quieran mientras la gente está ocupada en buscar algo que nunca encuentra. H *Escritora