Gracias a la lucha, al esfuerzo y al sufrimiento de millones de mujeres (y de hombres), la igualdad entre los sexos (con el que se nace) y de género (el que se aprende o se decide) ha ganado mucho terreno en los últimos años. La Constitución española de 1978, salvo en lo referente a esa institución rancia, no democrática y antigua que es la monarquía, en la cual es preferida en la línea sucesoria «el varón a la mujer» (artículo 57), consagra la igualdad de todas las personas ante la ley. Pese a ello, aún falta por recorrer un trecho del camino para que esas intenciones se cumplan, pero hay que seguir dando pasos en esa dirección. Por eso me llama la atención que doña Irene Montero, autodenominada «portavoza» de Podemos, se dedique a desviar la atención de un tema tan importante y serio introduciendo novedades lingüísticas más propias de aquel diccionario del cómico José Luis Coll que de la portavoz del tercer partido en el Congreso. Antes que la señora Montero, ya hicieron sus pinitos otras notables diputadas, como las socialistas doña Carmen Romero cuando hablaba de «jóvenes y jóvenas» o doña Bibiana Aído, ministra además, que se refería a «miembros y miembras».

Las lenguas son instrumentos vivos de comunicación y están sometidas a cambios permanentes en su estructura y evolución, tal cual han estudiado prestigiosos lingüistas como el suizo Ferdinand Saussure hace un siglo o el estadounidense Noam Chomsky, activo a sus noventa años. Por eso, no sé si tan brillantes aportaciones de las señoras Montero, Romero y Aído pasarán en un futuro a formar parte del habla cotidiana de los españoles (¿o debe decirse ya «españolos», como nos llaman algunos guiris) y de las españolas, pero me parece que la batalla que se está librando para conseguir las tan ansiadas igualdad, equidad y paridad no necesita de este tipo de aportaciones, que, en mi opinión, sólo sirven para desprestigiar al movimiento feminista que defiende una causa justa y necesaria.

La ocurrencia de la señora Montero no aporta nada al debate, provoca hilaridad y bromas, algunas de mal gusto y poca gracia, en los que se oponen al progreso y al avance de los derechos de la mujeres y causa cierta decepción en algunos de los que procuran contribuir a un mundo más justo. Porque, señora Montero, en este combate (y sigo empleando términos bélicos a propósito) no se trata de distinguir entre femenina y masculino, sino de avanzar en los derechos de todas las personas, sobre todo de las mujeres, que buena falta hace.

*Escritor e historiador