Terminó la Feria del Pilar, ese ciclo taurino mal parido que, al final, ha reflejado sus atractivos en tan solo dos entradas reseñables (los rejones tienen un público muy diferente). La publicidad, ese factor tan cacareado, solo es buena cuando cumple la misión de vender el producto. El tirón de un incombustible Ponce que siempre da la cara y ¡cómo estuvo! y el reclamo del único cartel con glamour, a la altura de una Feria como ésta con Padilla, Morante y Talavante.

Otra cosa es el toro, en ocasiones destartalado por arriba y con casi seis años (tres toros) o muy por abajo con cuatreños recién cumplidos como los de Daniel Ruiz.

En medio de lo que presenta la empresa por la mañana y lo que sale por chiqueros está la autoridad. Cuatro presidentes (dos de ellos tristes protagonistas para mal) han desbaratado este jaleo poniendo la proa hacia un desastre difícilmente reconducible o justificable. Menos mal que la cosa se atenuó con la incombustible profesionalidad de Ponce; el toreo para soñar de David Mora; el corazón inmenso de Padilla; el nivelón de Talavante o la faena solo para morantistas con orejeras del sábado. Lo de Padilla y las dos orejas de Pablo Hermoso de ayer.

La única puerta grande fue para el novillero francés Andy Younes cuyo cuestionamiento sobrevuela todavía La Misericordia... Y lo que te rondaré, morena. En la zona media, los de un trofeo: López Simón, Joselito Adame, Perera, Isiegas o Valadez...

Simón Casas, menos apasionado y más económico, ha proyectado una Feria muy de su órbita de negocio y abundante presencia gala pero ¡ojo! que corremos el riesgo de convertir la Feria del Pilar en un complemento a lo que de verdad ha rendido en la taquilla, los festejos populares. H