En los primeros meses de 1992 intenté en vano entrevistar a Fidel Castro. Al llegar a la isla moví mis piezas para lograr un scoop con el Comandante que diera la vuelta al mundo, pero todos mis esfuerzos por obtener aquella exclusiva resultaron inútiles, Por las noches me reunía en el Hotel Capri con el resto de corresponsales, a los que tampoco les iban mejor las cosas con Fidel. Corrían malos tiempos para el Caballo, como lo llamaba el pueblo. Había depurado el ejército, eliminando a dos militares relevantes, Ochoa y Laguardia, y tenía a la opinión internacional completamente enfrentada. Por eso no hablaba con la prensa, no asomaba apenas.

Yo pasaba los días recorriendo la isla detrás de su sombra. El gobierno me había puesto un espía, Gabino Camps, agente de Interior y periodista de Granma; un tipo serio, vaya. A cambio de yo reportarle mis andanzas, Gabino se comprometió a conseguirme esa dichosa entrevista con Fidel, pero ni siquiera sus altos contactos fueron suficientes,

Cuando ya estaba a punto de tirar la toalla cogí la del hotel y me fui a nadar a una playa. Volvía en camiseta y bermudas cuando de pronto lo vi, alto, barbado, de verde oliva. Castro en persona estaba en el puerto de Marina Hemingway para recibir a un barco noruego que recreaba la ruta de los Descubrimientos. Gabino Camps estaba cerca de él y me indicó que podía acercarme. Mis pintas eran infames pero me arranqué a darle la mano y decirle: «Llevo más de un mes intentando entrevistarle, Comandante. Si usted fuera tan amable de atenderme...» Se echó a reír y repuso: «¿Un mes? ¿Sabe cuánto tiempo he tenido que esperar yo para cumplir mis sueños? Es usted muy joven. Voy a darle un consejo; haga como yo y persista».

Esa noche, en el Capri, hice una apuesta con los corresponsales a que Castro aguantaría, persistiría hasta el final, que moriría en la isla, bien gobernando, bien habiendo dejado delfín. Jugaba con ventaja porque había estado en los pueblos, en los barrios, había hablado con los delegados comunistas, comido con ellos, entrado en su mundo ideológico, pequeño, circular, indubitable, un anillo de hierro mental del que la mayoría de los cubanos no iba a poder escapar...

Como así ha sido. Cuba es la utopía de un soñador que nunca quiso despertar a la realidad, porque no le gustaba. A mí, la suya, tampoco.