El pasado 23 de febrero el Consejo de la Ciudad abrió un debate sobre el modelo de las fiestas del Pilar, uno de los acontecimientos culturales de mayor impacto en Zaragoza. Desde la Transición, cuando se impulsaron actividades reivindicativas contra unas fiestas oficiales al margen de los ciudadanos, las fiestas del Pilar han sido una de las expresiones populares de mayor significación democrática y reconocimiento exterior. Es mi intención aportar desde EL PERIÓDICO DE ARAGÓN algunos elementos a ese debate.

La importancia de las fiestas del Pilar es indudable, tanto desde un plano económico y turístico como cultural: lo tardío de la democratización de los ayuntamientos permitió que las nuevas fiestas combinasen aspectos de recuperación de tradiciones, conservación de patrimonio material e inmaterial y modernidad y difusión cultural que se han mantenido hasta ahora. Luis García Nieto supo recoger estos elementos para consolidar el programa festivo; luego, las diferentes corporaciones lo adaptaron a las necesidades cambiantes de la ciudad, sus ciudadanos y sus visitantes, muy especialmente con las innovaciones introducidas por Juan Bolea y Jerónimo Blasco. Es necesario continuar ese proceso de adecuación y, sobre todo, racionalizar un programa que arrastra tópicos desde años atrás.

Hemos de considerar que la organización de un programa de fiestas es la adaptación de un calendario a un espacio con un coste. Las tres variables se pueden racionalizar. En los cuatro últimos años se ha conseguido reducir el déficit de las fiestas: el presupuesto municipal no debe financiar una actividad que genera un alto valor por el uso del espacio público e impulsa la actividad de importantes sectores económicos: la ciudad en su conjunto se beneficia del trabajo generado por las fiestas, pero los sectores más favorecidos deben contribuir a pagar los costes, ya que los beneficios de las fiestas son muy superiores a sus gastos; las fiestas deben autofinanciarse e incluir en su presupuesto el estímulo a actividades culturales privadas deficitarias y el impulso a las buenas prácticas, ahora poco atendidos.

El ajuste del calendario festivo es imprescindible: una ciudad como Zaragoza no puede permitirse nueve días de fiestas, ni por su coste ni por la repercusión del calendario festivo en los restantes calendarios. Ya ahora, en función del día de la semana del Pilar, tres o cuatro días son de escasa actividad. Parece razonable que el calendario oficial se ajustase a la tarde del día 11, los días 12 y 13 y sólo al fin de semana más cercano: aplicando esta fórmula, tendríamos cuatro o cinco días festivos. Si consideramos que, con el actual programa, cada día de programación supone unos costes organizativos en torno a 150.000 euros, cada año podrían dedicarse a mejorar la programación no menos de 500.000 euros. Debemos tener en cuenta que este ajuste se aplicaría exclusivamente al programa oficial y actividades organizadas por el ayuntamiento; como es habitual, podrían autorizarse otras actividades privadas de ocio y hostelería entre el 1 y el 20 de octubre.

En cuanto al espacio, es imprescindible despejar la plaza del Pilar de los grandes conciertos que se celebran en ella: la ocupan con grandes infraestructuras, ocasionan molestias y acumulan suciedad en una zona monumental, impiden que el visitante disfrute de uno de los atractivos tradicionales de las fiestas: la estancia confortable en uno de los lugares preferidos de nuestro patrimonio y, además, la plaza no reúne las mejores condiciones de accesibilidad y seguridad. La plaza del Pilar debe reservarse para las actividades tradicionales, patrimoniales y relacionadas con el folklore. Los grandes conciertos, con notable mejora en sus instalaciones y condiciones, podrían llevarse a la plaza de la Expo, convertida así en otro polo de atracción, para promover en el futuro un uso festivo de las riberas del Ebro y potenciar un eje de ocio Norte-Sur (Parking Norte-Valdespartera), lo que facilitaría la movilidad durante las fiestas.

Un tercer elemento a considerar son los valores a potenciar en las fiestas. Los tópicos festivos (fiestas populares, participativas y de calle) son inmutables, pero deben mejorarse las buenas prácticas incentivando los espacios libres de alcohol, regulando con sentido común la asistencia de menores a las actividades festivas y, desde luego, impidiendo que el arranque de las fiestas se convierta en una invitación a la libre ingesta de alcohol. El papel que, cada vez más débilmente, ha desempeñado la Federación Interpeñas en la organización de las fiestas debe darse por concluido: hace veinticinco años contribuyó a construir unas fiestas más participativas, pero poco a poco han ido primando los intereses hosteleros sobre los culturales y festivos hasta llegar a expresarse sin pudor en un desfile de pregón de fiestas que sólo puede calificarse de bochornoso.

Colaborador en la organización de las fiestas del Pilar desde 1977