Un poco hastiado de la miseria política que nos está tocando vivir, en vísperas de que el partido de la corrupción, la represión y los recortes llegue al poder aupado por las gentes de orden del PSOE y Ciudadanos, voy a cambiar radicalmente de tercio y a reflexionar sobre dos cuestiones que me apasionan y que entiendo son inseparables, la Filosofía y la Historia.

Digo Filosofía aunque, de un modo más amplio, podría decir pensamiento o cultura, pues lo que pretendo explicar es que es imposible entender una expresión cultural sin remitirla al momento histórico de su producción. Por decirlo de otro modo, la Historia es el saber básico para comprender el resto de saberes, incluidos los científicos. En nuestra obsesión por parcelar el conocimiento, tendemos a transmitirlo como si la historia, la literatura, la ciencia, el arte, discurrieran de modo paralelo, generando sus productos sin relación entre ellos. Es una consecuencia más de ese predominio del idealismo, de raíz platónica, que moldea nuestra cultura. Nada más alejado de la realidad, pues, detrás de una obra literaria, de un cuadro, de un libro de filosofía, siempre se puede encontrar una coyuntura histórica, social, colectiva o individual que, en parte, lo explica. Como dice Deleuze, pensamos forzados, obligados, por una época, por unos problemas, que nos hacen preocuparnos por unas cosas y no por otras

Viene esto a cuento, en parte, por la aparición de un libro, editado por las Prensas Universitarias de Zaragoza, de un filósofo italiano, Antonio Capizzi, apenas conocido en nuestro país, y dedicado al filósofo griego presocrático Parménides, titulado Introducción a Parménides. Parménides ha sido considerado uno de los grandes pensadores de la Antigüedad y padre, entre otras cosas, de la ontología y la lógica, lo que ha provocado que los pocos textos que de él nos han llegado hayan sido objeto de sesudísimas reflexiones que abarcan miles de páginas. Pero, en su mayor parte, se ha tratado de reflexiones en abstracto, que se olvidaban casi por completo del Parménides de carne y hueso. Y en esto llegó Capizzi. Y se empeñó en mostrar, de una manera a la vez aguda, sugerente, bellísima en suma, que los textos de Parménides no podían ser entendidos sin prestar atención a la historia y al acontecer coetáneo de su ciudad, Elea. Para ello, a pesar de ser Capizzi un filósofo, no tuvo problema, todo lo contrario, en echar mano de todas las herramientas que le permitieran aproximarse a Parménides en su conjunto. Así, se aplicó al estudio de la arqueología de su ciudad natal, de la numismática, de las relaciones políticas en aquella parte del Mediterráneo, la Magna Grecia, es decir, Italia, entre griegos de diferentes orígenes, cartagineses y las ciudades de Italia. Y de este modo, apunta una teoría totalmente novedosa en la que la filosofía del sabio de Elea es leída a la luz de su labor política, atestiguada por numerosas fuentes, entre las que destaca la numismática, con una moneda en la que aparece la efigie de Parménides rotulada como “El unificador”. Lo que era un discurso abstracto, místico incluso en algunas interpretaciones, se convierte, con la ayuda de las fuentes de la época, como las tragedias de Eurípides y Esquilo, en la reflexión filosófica en torno a los problemas de una ciudad atravesada por un profundo enfrentamiento social y amenazada por potencias externas.

Esto me lleva a concluir que, frente al particularismo que atraviesa nuestra Universidad, en la que hay una potente tendencia a evitar el contacto con otras disciplinas, el verdadero conocimiento es el que se alimenta de diversos saberes y es capaz de darnos una idea de la complejidad de la realidad. Educados en la simpleza, nos acostumbramos a buscar soluciones sencillas que, aunque no sean convenientes, nos evitan quebraderos de cabeza. Y así, déjenme que, como la cabra, vuelva al monte, ante una situación compleja que requería innovación, reflexión, mestizaje, nuestros simplones políticos han optado por la elección más simple y, en este caso, del más simple: mantener las cosas como estaban. Ante la pestilencia del obsequio que nos hacen, nos proponen, cómo no, una solución también simple: ponernos una pinza en la nariz los próximos cuatro años. Pues eso, lean a Capizzi y apaguen el telediario.

*Profesor de Filosofía. Universidad de Zaragoza.