El alumbramiento de los nuevos partidos trajo consigo el mantra de que las instituciones debían ser recuperadas por la gente, frente a las élites políticas que se consideraban corruptas, casi extractivas. Zaragoza en Común (ZeC) bebió de esta teoría: abrir las puertas del ayuntamiento, transparencia, paredes de cristal, el poder de la gente normal, clamaban. Dice el filósofo Daniel Innerarity que la gente no es necesariamente más sabia que sus representantes, por lo que la fórmula del «elitismo inverso» no soluciona nada. El caso del viaje del dimitido coordinador de ZeC a Nueva York, cuyo coste se cargó por error, aseguran, a una cuenta del partido evidencia que la gente corriente es capaz de cometer los mismos desmanes, en mayor o menor grado, que las tan odiadas élites. La santificación de la gente y su alzamiento a los altares del purismo resulta mero populismo. Palabrería. Volviendo a Innerarity, insiste el filósofo en que más que buscar a las mejores personas para nuestras instituciones, se debe optar por los mejores sistemas. Nos jugamos demasiado, la democracia es demasiado importante, para fiarlo todo a que los gobernantes serán buenas personas y además competentes. Con el coordinador de ZeC no han funcionado los controles. Las explicaciones de Santisteve y Escartín han sido insuficientes. No se ha hecho autocrítica. Ni mucho menos la dimisión resulta convincente. Como ciudadanos, más que buscar la pureza de nuestros gobernantes, deberíamos exigir sistemas que impidan tales comportamientos..

*Periodista/mvalless