Pasear por las calles y campos de Francia permite un recorrido por la memoria de la España republicana, hecha piedra en cientos de monumentos que recuerdan la participación de los guerrilleros españoles en la lucha contra los nazis. En los Pirineos, cruzar la raya fronteriza implica adentrarse en un pasado que en nuestro país todavía está vedado. Mientras nuestros vecinos franceses recuerdan la memoria heroica de quienes,desde el mejor internacionalismo de la izquierda, combatieron por la liberación de Francia, por la libertad y la democracia, en nuestro país esa memoria continúa proscrita.

Y no solo es que esa memoria continúe vedada, es que todavía debemos soportar, en forma de memoriales en los muros de una Iglesia cómplice, de nombres de calles y plazas, la memoria de quienes convirtieron nuestro país en un baño de sangre y lucharon por los valores opuestos a los que nuestra democracia dice rendir tributo. No en vano, mientras los combatientes republicanos liberaban los valles de Ossau y Aspe, mientras recorrían victoriosos las calles de París, los franquistas combatían codo con codo con los nazis en el frente oriental. La ubicación de los excombatientes de ambos bandos en la II Guerra Mundial indica fehacientemente los valores que cada uno de los bandos defendía.

Cada vez que leo en Pau, las palabras de agradecimiento del General de Gaulle, quien, desde luego, no era un criptocomunista, sino más bien un convencido derechista, hacia los republicanos españoles grabadas en un monumento en pleno centro de la ciudad, me aparecen sentimientos contradictorios. Alegría de poder ver en algún lugar oficial la reivindicación de la memoria republicana, inmensa tristeza de que eso tenga que ser fuera de nuestro país.

España sigue mirando de soslayo su pasado republicano, a pesar de los innegables avances que la II República supuso en campos como la educación, la igualdad entre hombres y mujeres, la democracia. Algo de lo que deberíamos sentirnos orgullosos, es enterrado bajo capas de silencio, que solo es roto para recordar los horrores de la Guerra Civil. Como si esta hubiera sido consecuencia de la República y no de la decisión de la clase dirigente de no continuar perdiendo privilegios. Los verdugos han tenido la habilidad de hacer pasar por tales a las víctimas. Claro que para ello han tenido cuarenta años de propaganda.

Y esa propaganda no ha sido desmontada desde la democracia. Una democracia que nace con un cordón umbilical directo con la dictadura, a través de la figura del monarca, no ha sido capaz de reivindicar en sus justos términos las luces del pasado republicano. Y ha jugado a un juego de equidistancias que nunca han sido tales, pues la herencia del franquismo sigue siendo, en todos los ámbitos, abrumadora. El PP, como heredero ideológico cada vez más desenmascarado de los golpistas, carece de la más mínima voluntad política de hacer cuentas con el pasado. Todo lo contrario. Y así, debemos soportar a canallas como Rafael Hernando ensuciando la memoria de nuestro país. El PSOE, como en casi todo, siempre cayendo del mismo lado de la tapia, siempre atento a no molestar a los poderes fácticos. Aunque muchos de sus militantes clamen por esa memoria, el PSOE como institución sabe de qué lado debe posicionarse. La Iglesia, incapaz de lavar sus manos cómplices, tan manchadas de sangre.

La memoria republicana es otro de los índices de la democracia de baja intensidad que vivimos. Mientras el legado republicano solo aparece fruto de los esfuerzos de colectivos memorialistas, la memoria del franquismo sigue impregnando nuestro día a día. Qué drama, para un país, tener que atravesar la frontera para recuperar su memoria. Con estas líneas doy gracias a la República Francesa por conservar nuestro pasado, por reconciliarnos con aquellos conciudadanos nuestros que continuaron luchando por la libertad fuera de nuestras fronteras, por hacer lo que se ha negado a hacer una monarquía española demasiado atada, y bien atada, a su pasado.

Profesor de Filosofía. Universidad de Zaragoza.