Me preguntaba el otro día una querida colega en una entrevista por qué me gustan tanto los dramas, las atmósferas, los misterios... Sin pensarlo repuse: «Porque soy un escritor romántico, porque procedo de Byron, Stendhal, Hugo y Walter Scott...» O de Mary Shelley, podría perfectamente haber añadido, y con mayor razón ahora que ha vuelto a renacer, a tornar a la actualidad, como su monstruosa criatura, el eterno, por inmortal, Frankenstein.

El ya clásico de terror de Mary Shelley ha sido objeto de una nueva traducción, magnífica, por parte de Lorenzo Luengo, publicada en una edición asimismo extraordinaria del sello Alrevés.

La lujosa publicación recoge, además, una serie de relatos, antologados por Fernando Marías y escritos por Espido Freire, Vanessa Montfort o Patricia Esteban, entre una veintena de destacadas firmas. Cada cuento viene enriquecido por una ilustración, de artistas igualmente prestigiosos, como Santiago Sequeiros o Fernando Vicente. A todo ello hay que añadir una partitura de Josete Ordóñez, para interpretación de Rosa Masip. El resultado de este pasmoso libro, más bien proyecto cultural, pues incluye exposiciones y recitales, titulado Frankenstein resuturado, es tan mágico como la experiencia de releer el texto de Mary Shelley, fundacional del género de terror.

Al conjuro de su prosa, redactada con un estilo espistolar que ha resistido el paso del tiempo, pues no resulta decimonónica, transcurre este domingo como un paréntesis detenido en el placer de la lectura. El doctor Frankenstein, el científico hacedor del monstruo, deriva en su creación a partir de sus profundos conocimientos de filosofía natural y de ese incipiente evolucionismo biológico que a lo largo del siglo XIX desarrollaría Darwin.

La pasión del doctor Frankenstein era meramente científica. No pretendía competir con Dios, ni con el diablo, aunque será a este último a quien su criatura acabará pareciéndose, sin que por sus maléficas inclinaciones deje de albergar hechuras y reacciones humanas.

Ahí residirá quizá lo más emblemático y paradójico del relato, en la ternura de la bestia, en la prisión de su alma mecánica en un cuerpo horrendo que su dueño quisiera bello, como generoso y noble hubiese rogado acaso a su hacedor fuese su corazón.

Fábula seductora e inquietante, como la propia criatura...