Es de rigor que todos nos movilicemos, al menos intelectualmente, contra el islamofascismo. En esta reacción, que alcanza su paroxismo inmediatamente después de cada atentado en nuestra vecindad europea, la auténtica y más enérgica voluntad de luchar no procede ni de los que vociferan, ni de los que piden no se sabe qué sangrientas represalias en una exaltación del ojo por ojo, ni de los que sólo saben oponer muerte a la muerte. La actitud más firme parte, por el contrario, de quienes reclaman de Occidente un replanteamiento de su política en Oriente Medio, de quienes exigen una acción contundente destinada a quebrar los mecanismos de financiación (¡ay, esos malditos paraísos fiscales!) de las dos franquicias yihadistas (Estado Islámico y Al Qaeda), de quienes urgen respuestas políticas y económicas para aislar a los regímenes integristas de la península arábiga (¿y Turquía?), y de quienes abogan por priorizar el trabajo de la policía y los servicios secretos. Eso es dar en la diana.

Hay una clave de la que se oye hablar poco: el apoyo que debemos a los musulmanes que no ponen el deber religioso por encima del deber ciudadano, musulmanes que no quieren ser musulmanes o al menos no quieren serlo en mayor medida de lo que muchos cristianos somos cristianos. Esos africanos y asiáticos (¡también europeos!) laicos o ateos, demócratas, socialistas, librepensadores, cosmopolitas... habrían de ser nuestros camaradas en el combate contra el yihadismo. Pero es evidente que no hemos sabido conectar con ellos.

Contrariamente a lo que proclama la extrema derecha, bombardear ya se ha bombardeado mucho en Libia, Afganistán, Siria, Irak y tantos otros países. Pero sólo se ha logrado agravar el problema. Esto no va de poner soldados en cada esquina de nuestras ciudades ni de intervenir sin objetivos precisos en cualquier lugar del Magreb u Oriente Medio donde haya intereses o influencias occidentales que salvaguardar. Si de verdad queremos enfrentarnos a quienes matan gritando ¡Dios es grande!, nuestra principal arma ha de ser la inteligencia. En todas las acepciones del término.